jueves, 17 de abril de 2025

ENCÍCLICA PATRIARCAL PARA LA SANTA PASCUA



Nº PROT. 251

 

+ B A R T O L O M É

Por la misericordia de Dios

Arzobispo de Constantinopla-Nueva Roma y Patriarca Ecuménico

Al pléroma de la Iglesia:

Que la Gracia, la Paz y la Misericordia de Cristo resucitado en Gloria esté con todos vosotros

 

Honorabilísimos hermanos Jerarcas, queridos hijos:

Por la misericordia y la fuerza de Dios, hemos transitado mediante la oración y el ayuno por el océano de la Santa y Gran Cuaresma, llegando finamente a la espléndida fiesta de la Pascua, y alabamos al Señor de la Gloria, que descendió a las profundidades del Hades y “alcanzó para todos la entrada al Paraíso” mediante su resurrección de entre los muertos.

La Resurrección no es el recuerdo de un hecho del pasado, sino el “buen cambio” de nuestra existencia, “otro nacimiento, una vida alternativa, un tipo diferente de vida, la transformación de nuestra misma esencia”. Y en el Cristo resucitado la creación entera es renovada junto con la humanidad. Cuando cantamos en la III Oda del Canon Pascual que “Ahora todo está lleno de luz: el cielo, la tierra y todas las cosas de debajo de la tierra; por tanto, que toda la creación celebre la resurrección de Cristo, en la cual todo ha sido establecido”, proclamamos que el universo está fundado sobre una luz inextinguible y lleno de ella. Las expresiones “antes de Cristo” y “después de Cristo” son verdaderas, no solo para la historia del género humano, sino para toda la creación.

La resurrección del Señor de entre los muertos constituye el núcleo del Evangelio, el punto fijo de referencia de todos los libros del Nuevo Testamento y de la vida litúrgica y devocional de los cristianos ortodoxos. De hecho, las palabras “¡Cristo ha resucitado!” resumen la teología de la Iglesia. La experiencia de la abolición del dominio de la muerte es fuente de gozo inefable, “libre de las ataduras de este mundo”. “Todas las cosas se llenan de gozo al gustar la resurrección”. La resurrección es una explosión “de gran gozo” que impregna toda la vida, carácter y ministerio pastoral de la Iglesia como anticipo de la plenitud de la vida, el conocimiento y la experiencia del reino eterno del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La fe ortodoxa y el pesimismo son fenómenos opuestos.

La Pascua es para nosotros una fiesta de libertad y victoria sobre las fuerzas que nos enajenan; es la “eclesialización” de nuestra existencia, una invitación a colaborar para la transfiguración del mundo. La historia de la Iglesia se convierte en “una gran Pascua”, un camino que conduce a “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom 8,21). La experiencia de la resurrección revela el centro y la dimensión escatológica de la libertad en Cristo. Las referencias bíblicas a la resurrección del Salvador demuestran el poder de nuestra libertad como creyentes; solo en esa libertad se manifiesta “el gran milagro”, que sigue siendo inaccesible a cualquier tipo de opresión. “El misterio de la salvación pertenece a los que lo desean libremente, no a los que son tiranizados contra su propia voluntad”. Aceptar el don divino como una “transición” del creyente hacia Cristo es la respuesta existencial voluntaria a la “transición” amorosa y salvadora del Señor Resucitado hacia la humanidad. Pues “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).

El misterio de la resurrección del Señor sigue destruyendo hasta nuestros días las certezas positivistas de quienes niegan a Dios como “el que anula la voluntad humana”, así como a los que abogan por “la falacia de la autorrealización sin Dios” y a los admiradores del “dios-hombre” contemporáneo. El futuro no pertenece a los que se encuentran esclavizados por una existencia terrenal autosuficiente, sofocante y estrecha de miras. No hay verdadera libertad sin resurrección, sin la perspectiva de la eternidad.

Para la Gran Iglesia de Cristo, una fuente de ese gozo de la resurrección también se encuentra este año en la celebración común de la Pascua por todo el mundo cristiano, junto con la conmemoración del 1700º aniversario del I Concilio de Nicea, que condenó la herejía de Arrio, quien “denigraba dentro de la Trinidad al Hijo unigénito y Verbo de Dios”; en dicho Concilio se estableció asimismo el modo de calcular la fecha de la fiesta de la resurrección de nuestro Salvador.

El Concilio de Nicea inaugura una nueva era en la historia conciliar de la Iglesia, la transición del nivel sinodal local al ecuménico. Como sabemos, el I Concilio Ecuménico introdujo el término no bíblico de “homoúsios” (“consustancial”) en el Símbolo de la Fe, aunque con una connotación soteriológica muy clara que sigue siendo la característica esencial de las doctrinas eclesiales. En este sentido, las celebraciones de este gran aniversario no son un regreso al pasado, ya que el “espíritu de Nicea” permanece inalterado en la vida de la Iglesia, cuya unidad se asocia a la recta comprensión y desarrollo de su identidad conciliar. La discusión sobre el I Concilio Ecuménico de Nicea nos recuerda los arquetipos cristianos comunes y el significado que subyace a la lucha contra la perversión de nuestra fe inmaculada, animándonos a volvernos hacia la profundidad y la esencia de la tradición de la Iglesia. La celebración conjunta este año del “santísimo día de la Pascua” subraya la oportunidad del asunto cuya solución no solo expresa el respeto del cristianismo a los decretos del Concilio de Nicea, sino también la conciencia de que “no debería haber diferencia en asuntos tan sagrados”.

Con estos sentimientos, llenos de la luz y del gozo de la Resurrección, mientras proclamamos con júbilo “¡Cristo ha resucitado!”, honremos el escogido y y santo día de la Pascua con una confesión de todo corazón de nuestra fe en el Redentor, que pisoteó la muerte por su muerte y les concedió la vida a todos los pueblos y a toda la creación, a través de nuestra fidelidad a las sagradas tradiciones de la Gran Iglesia y mediante un amor sincero hacia nuestro prójimo para la glorificación por parte de todos nosotros del celestial nombre del Señor.

 

 En el Fanar, Santa Pascua del año 2025

+ Bartolomé de Constantinopla

Fervoroso suplicante por todos vosotros

ante el Señor Resucitado