+ B A R T O L O M É
POR LA MISERICORDIA DE DIOS
ARZOBISPO DE CONSTANTINOPLA-NUEVA ROMA
Y PATRIARCA ECUMÉNICO
AL PLÉROMA DE LA IGLESIA:
QUE LA GRACIA, LA PAZ Y LA MISERICORDIA DE CRISTO
RESUCITADO
EN GLORIA
ESTÉ CON TODOS VOSOTROS
***
Honorabilísimos hermanos Jerarcas y queridos hijos en el Señor: Por la
benevolencia y la gracia de Dios, dador de todo don, tras haber corrido la
carrera de la Santa y Gran Cuaresma y pasado con compunción la Semana de la
Pasión de nuestro Señor, he aquí que nos deleitamos en la celebración de su
esplendorosa Resurrección, a través de la cual fuimos redimidos de la tiranía
del Hades.
La gloriosa Resurrección del Señor Jesucristo de entre los muertos es compartida
por todos los mortales y anticipo de la perfección de todos, así como del
cumplimiento de la ‘Oikonomía’ divina en el Reino celestial. Participamos en el
inefable misterio de la Resurrección en la Iglesia, siendo santificados en sus
sacramentos y experimentando la Pascua, “que nos ha abierto las puertas del
Paraíso”, no como recuerdo de un hecho del pasado, sino como quintaesencia de
la vida eclesiástica, como presencia constante de Cristo entre nosotros, más
cercano a nosotros que nosotros mismos. En la Pascua, los fieles ortodoxos
descubren que su verdadera esencia es existir en Cristo; son integrados en el
movimiento de todas las cosas hacia los Últimos Tiempos “con un gozo inefable y
radiante” (1 Pe 1,8), como “hijos de la luz e hijos del día” (1 Tes 5,5).
La característica central de la vida ortodoxa estriba en su pulso Resurreccional.
Los filósofos han descrito erróneamente la espiritualidad ortodoxa como
“sombría” y “otoñal”. En contraste, los occidentales alaban con razón la
refinada percepción que los ortodoxos tienen del significado y la profundidad
de la experiencia pascual. Aun así, esta fe nunca olvida que el camino hacia la
Resurrección pasa por la Cruz. La espiritualidad ortodoxa no reconoce la utopía
de la Cruz sin la Resurrección. Por este motivo, en la experiencia ortodoxa el
mal no tiene la última palabra en la historia mundial, sino que la fe en la
Resurrección sirve como motivación para luchar contra la presencia del mal en
el mundo y sus consecuencias, actuando, pues, como una poderosa fuerza de
transformación. En la conciencia ortodoxa no hay sitio para la rendición ante
el mal ni para la indiferencia hacia el desarrollo de los asuntos humanos. Por
el contrario, su contribución a la transformación de la historia tiene una base
teológica y existencial y se desenvuelve sin correr el riesgo de identificar a
la Iglesia con el mundo. El creyente ortodoxo es consciente de la antítesis
entre la realidad mundana y la perfección escatológica, y por eso mismo no
puede permanecer inactivo ante cualquier realidad negativa del mundo. Por este
motivo, la Iglesia Ortodoxa nunca ha considerado la lucha por la transformación
del mundo un asunto sin sentido. Nuestra fe en la Resurrección ha preservado a
la Iglesia tanto de la introversión como de la indiferencia hacia el mundo y de
la secularización.
Para nosotros, los ortodoxos, todo el misterio y el tesoro existencial de nuestra
piedad están condensados en la Pascua. Al oír que las Mujeres Miróforas
“quedaron aterradas” cuando “entraron en el sepulcro y vieron a un joven […]
vestido de blanco”, vemos caracterizada la vastedad y la esencia de nuestra
experiencia de la fe como experiencia de una maravilla existencial. Cuando
oímos que “quedaron aterradas”, significa que nos encontramos a nosotros mismos
ante un misterio que se vuelve cada vez más profundo a medida que nos acercamos
a él de acuerdo con lo que se ha dicho: que nuestra fe “no es un viaje para
pasar del misterio al conocimiento, sino del conocimiento al misterio”.
Mientras que la negación del misterio reduce existencialmente la naturaleza
humana, el respeto del misterio nos abre las puertas del cielo. La fe en la Resurrección
es la expresión más profunda y clara de nuestra libertad, o más bien el
nacimiento de la libertad como aceptación voluntaria del más alto don divino,
es decir, de la deificación por la gracia. Como “Resurrección vivida”, la Iglesia
Ortodoxa es el espacio de la “auténtica libertad” que para la vida cristiana es
el fundamento, el camino y el destino. La Resurrección de Cristo es la buena
nueva de la libertad, el don de la libertad y la garantía de la “libertad
compartida” en la “vida eterna” del Reino del Padre, y del Hijo y del Espíritu
Santo.
Con estos sentimientos, apreciadísimos hermanos y queridos hijos, llenos
del tremendo gozo de participar en la “fiesta compartida por todos”, habiendo recibido
la luz de la luz inextinguible y habiendo dado gloria a Cristo resucitado de
entre los muertos que ha traído vida a todos, recordando en este “día escogido
y santo” a todos nuestros hermanos y hermanas que se encuentran en
circunstancias difíciles, imploramos a nuestro Señor, “que pisoteó la muerte
con su muerte”, el Dios de la paz, que traiga paz al mundo y guíe nuestros
pasos hacia toda obra buena y agradable a Él, proclamando el himno gozoso: “¡Cristo
ha resucitado!”.
En el Fanar,
Santa Pascua 2024
+Bartolomé de
Constantinopla
Fervoroso
suplicante por todos vosotros ante el Señor Resucitado