viernes, 14 de abril de 2023

Encíclica Patriarcal para la Santa Pascua 2023




 + B A R T O L O M É

Por la Misericordia de Dios

Arzobispo de Constantinopla-Nueva Roma y Patriarca Ecuménico

Al pleroma de la Iglesia:

Que la Gracia, la Paz y la Misericordia de Cristo Resucitado estén con todos vosotros

Honorabilísimos Hermanos Jerarcas,

Queridísimos hijos:

Habiendo llegado con la gracia de Dios a la Resurrección salvífica del Señor, mediante la cual el poder de la muerte fue abolido y las puertas del Paraíso fueron abiertas a toda la raza humana, os dirigimos a todos vosotros nuestros saludos pascuales y nuestros más cordiales deseos mientras lanzamos el grito que da alegría al mundo: “¡Cristo ha resucitado!”.

En todas sus dimensiones, la vida de la Iglesia se siente vivificada por al gozo inefable de la Resurrección. La “experiencia de la Resurrección” es testimoniada en las obras de los Santos y Mártires de nuestra fe, así como en la vida litúrgica y sacramental, la proclamación del Evangelio “hasta los confines de la Tierra”, la devoción y la espiritualidad de los fieles, su amor sacrificial y su conducta cristiana, pero también en su esperanza en un mundo en el que “ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor” (Ap 21,4).

En la Resurrección, y a través de ella, todo se encuentra en un estado de movimiento hacia la perfección en el Reino de Dios. Este impulso escatológico siempre ha proporcionado a los cristianos ortodoxos de todo el mundo dinamismo y perspectiva. A pesar de las declaraciones en sentido contrario, como resultado de la orientación escatológica de su vida, la Iglesia nunca ha hecho componendas con la presencia del mal en el mundo en ninguna de sus manifestaciones, ni ha negado la realidad del dolor y la muerte, ni ha desconocido la ambigüedad de los asuntos humanos. Tampoco ha considerado nunca que la lucha por conseguir un mundo más justo sea algo ajeno a su misión.

En todo caso, la Iglesia siempre ha sabido que el dolor y la cruz no tienen la última palabra. La quintaesencia experiencial de la vida cristiana es la convicción de que a través de la Cruz, y pasando por la “puerta estrecha”, somos conducidos a la Resurrección. Esta fe se refleja en el hecho de que el centro de la vida eclesial -la Divina Eucaristía- está íntimamente vinculado con la Resurrección de Cristo. En la tradición ortodoxa, tal y como señalaba el Metropolitano Juan de Pérgamo, de bendita memoria, la Divina Eucaristía “está llena de gozo y luz […] porque no se enraíza en la Cruz ni en la idealización de la pasión, sino en la Resurrección como trascendencia de la pasión sobre la Cruz” [1]. La Santa Eucaristía nos transporta al Gólgota, no tanto para que permanezcamos allí, sino más bien para que seamos conducidos a través de la Cruz a la gloria siempre radiante del Reino de Dios. La fe ortodoxa es la superación de la salvación utópica “sin la Cruz” y del naufragio existencial de la Cruz “sin la Resurrección”.

Nuestra participación en la Resurrección de Cristo mediante el sacramento de la Iglesia es por un lado la abolición tangible de cualquier utopía y del falso paraíso que promete un egoísmo sin impedimentos, y al mismo tiempo la trascendencia definitiva de la esclavitud sin esperanza de una supuesta negatividad insuperable, porque la Cruz de Cristo da nacimiento a la Resurrección, al “deleite sin fin”, al “disfrute de la gloria eterna”. La aniquilación de la muerte mediante la Cruz y la Resurrección de nuestro Salvador eleva nuestra vida a su esencia divino-humana y a su destino celestial.

En Cristo conocemos y experimentamos que la vida presente no es la totalidad de nuestra vida, que nuestra muerte biológica no supone el fin ni la desaparición de nuestra existencia. Los límites biológicos de la vida no definen su veracidad. Después de todo, la sensación de que la vida es un “viaje irreversible hacia la muerte” conduce a callejones sin salida existenciales, a la depresión y al nihilismo, a la indiferencia hacia lo verdaderamente importante en la vida. La ciencia y el progreso económico o social son incapaces de ofrecer una solución o una salida existencial. Los cristianos son “los que tienen esperanza” (1 Tes 4,13), los que esperan el venidero Reino del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo como una realidad definitiva, como la plenitud de la vida y del conocimiento, como el cumplimiento de la alegría, no solo para las generaciones futuras, sino para toda la raza humana desde el principio hasta el fin del mundo.

Esta visión de la historia y de la eternidad, la naturaleza “resurreccional” de la fe, la idiosincrasia y la cultura ortodoxa -es decir, el hecho indiscutible de que el gran milagro de la Verdad solo se revela “a aquellos que veneran el misterio con fe”- es lo que estamos llamados a testimoniar hoy en día en una civilización que rechaza la trascendencia en medio de diversas reducciones de la identidad espiritual de la existencia humana.

Glorificamos con salmos, himnos y cantos espirituales al Señor que resucitó de entre los muertos y hace brillar la vida eterna sobre todos. Participamos con gozo en la “fiesta común a todos”. Y le pedimos al Todopoderoso, Omnisciente y Misericordiosísimo Hacedor y Redentor de todo que traiga paz al mundo y le conceda a la humanidad sus dones salvíficos para que su honorabilísimo y majestuoso nombre sea glorificado y bendito ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

En el Fanar, Santa Pascua del año 2023

+ Bartolomé de Constantinopla
Fervoroso suplicante por todos ante el Señor Resucitado

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Para ser leída tras el Santo Evangelio durante la Divina Liturgia de la Fiesta de la Santa Pascua.

[1] Ver ‘Eschatology and History: Works 1: Ecclesiological Studies’ (Athens: Domos Books, 2016), 498.