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BARTOLOMÉ
Por la
misericordia de Dios Arzobispo de Constantinopla-Nueva Roma
y
Patriarca Ecuménico
al pléroma
de la Iglesia.
Que la
Gracia y la Paz de nuestro Señor y Salvador Jesucristo,
junto
con nuestra oración, la bendición y el perdón sean con todos
Honorabilísimos
hermanos Jerarcas y benditos hijos en el Señor:
Por la
benevolencia y la gracia del Dios que es todo misericordia y bondad, viviendo
ya el bendito y venerable período del Triodio, mañana comenzamos la Santa y
Gran Cuaresma, la “arena” del ayuno y la “venerable abstinencia” que elimina
las pasiones, durante la cual se revelan la profundidad y la riqueza de nuestra
Tradición ortodoxa y el cuidado vigilante de la Iglesia por el progreso
espiritual de sus hijos. Tal y como nos recuerda el Santo y Gran Concilio de
Creta (junio de 2016), “la Iglesia ortodoxa, en estricta conformidad con los
preceptos apostólicos, con los cánones sinodales y con la tradición patrística en
su conjunto, siempre ha proclamado la gran importancia del ayuno para nuestra
vida espiritual y nuestra salvación” (‘La importancia del ayuno y su
cumplimiento en la actualidad, párrafo 1’).
En la
vida de la Iglesia, todo tiene un sólido fundamento teológico y una referencia
soteriológica. Los cristianos ortodoxos comparten la “lucha común” de la
ascesis y el ayuno, “dando gracias en todo” (Tes 5,18). La Iglesia invita a sus
hijos a participar en la carrera de los ejercicios ascéticos como itinerario
hacia la Santa Pascua. Que el verdadero ayuno nunca es sinónimo de desaliento,
pues está imbuido de la expectativa del gozo de la resurrección, es una
experiencia central de la vida en Cristo. Nuestra himnología habla de “la
primavera del ayuno”.
En este
sentido, lejos de las estrecheces del dualismo neoplatónico y de los esfuerzos
enajenantes para “mortificar el cuerpo”, el ascetismo genuino no puede de ningún
modo tener como objetivo la aniquilación de un supuesto “cuerpo malvado” a
favor del espíritu ni la liberación del alma de los tormentos de los que se
encontraría presa. Tal y como se ha señalado, “en su expresión más auténtica,
la ascesis no se dirige contra el cuerpo, sino contra las pasiones, cuya raíz
es espiritual porque el intelecto es el primero que cae en manos de la pasión.
Así pues, difícilmente puede el cuerpo ser el enemigo principal del asceta”.
El
esfuerzo ascético pretende trascender el egocentrismo gracias al amor “que no
se busca a sí mismo” y sin el cual quedamos esclavizados a nosotros mismos con
nuestro “insaciable ego” y sus inagotables deseos. Al centrarnos en nosotros
mismos, nos encogemos y perdemos nuestra creatividad, tal y como se ha dicho: “Todo
lo que damos se multiplica, y todo lo que guardamos para nosotros mismos se pierde”.
Por este motivo, la sabiduría de los Padres y la experiencia de la Iglesia
asocian el período del ayuno a la “lluvia de misericordia”, a las buenas obras
y a la filantropía, que son una clara prueba de la superación del amor propio y
de la adquisición de la plenitud existencial.
Dicha
plenitud es en todo tiempo una característica de la vida en la Iglesia. La vida
litúrgica, la ascesis y la espiritualidad, el cuidado pastoral y el testimonio
ante el mundo son expresiones de la verdad de nuestra fe, elementos
interconectados y mutuamente complementarios de nuestra identidad cristiana que
comparten el Reino escatológico como punto de referencia y orientación, así como
plenitud y cumplimiento de la economía divina. Si bien es verdad que la vida
eclesial en todas sus expresiones refleja y describe el venidero Reino del
Padre, del Hijo y del espíritu Santo, es principalmente el misterio de la
Divina Eucaristía, tal y como señaló el recientemente desaparecido
Metropolitano Juan de Pérgamo, el que “expresa la Iglesia en su plenitud” (‘La
imagen del Reino celestial, Megara 2013, p. 59). “La comunión pura”, la
integración de nuestra existencia en la existencia de la Iglesia mediante la
participación en la Santa Eucaristía, es el fin principal del ayuno, la “corona”
y el “premio” de la lucha ascética (cf. Juan Crisóstomo, ‘Homilías sobre Isaías
4: De los Serafines’, PG 56.139).
Hoy día,
en una época de desacralización de la vida en que la humanidad “les concede una
gran importancia a cosas totalmente insignificantes”, nuestra misión cristiana
es la elevación práctica de la profundidad existencial de nuestro “tríptico de
la espiritualidad” ortodoxo, como la unidad inseparable entre la vida litúrgica,
el ‘ethos’ ascético y la solidaridad, la esencia de la revolución de los
valores en los campos del ‘ethos’ y la civilización que constituye la fe en
Cristo y el don divino de la libertad de los hijos de Dios. Consideramos
importantísimo vivir la Santa y Gran Cuaresma como revelación de la experiencia
del verdadero significado de la libertad “con la que Cristo nos hizo libres” (Gál
5,1).
Con
todo esto en mente, y con nuestros más vivos sentimientos de amor y honra, os
deseamos a vosotros, nuestros venerables hermanos en Cristo e hijos
espirituales de nuestra Madre Iglesia de todo el mundo, una apacible travesía
por la “arena” del ayuno, e invocamos sobre todos vosotros la gracia y la
misericordia de Cristo nuestro Dios, que siempre se deleita en la lucha ascética
de su pueblo. A él pertenece el bendito y glorificado poder del Reino, ahora y
siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Santa y
Gran Cuaresma 2023
✠ BARTOLOMÉ de
Constantinopla
Fervoroso suplicante por todos ante Dios