+ B A R T O L O M É
POR LA MISERICORDIA DE DIOS ARZOBISPO DE
CONSTANTINOPLA-NUEVA ROMA
Y PATRIARCA ECUMÉNICO
AL PLÉROMA DE LA IGLESIA
GRACIA, MISERICORDIA Y PAZ
DE CRISTO EL SALVADOR NACIDO EN BELÉN
Honorabilísimos hermanos Jerarcas:
Queridos hijos en el Señor:
Hoy nuestra Santa Iglesia celebra la Natividad en la
carne del preeterno Hijo y Palabra de Dios, el “misterio ajeno y extraño” que
fue “escondido desde siglos y generaciones” (Col 1,26). En Cristo, la verdad
sobre Dios y la humanidad se revela de manera definitiva, como explica
teológicamente San Cirilo de Alejandría: “Nosotros somos humanos por
naturaleza, pero Él se avino a lo que era contrario a la naturaleza divina por
amor y se hizo hombre. Nosotros somos siervos de Dios por naturaleza como Creación
suya, pero Él se convirtió en siervo una vez más en contra de la naturaleza
divina cuando se hizo hombre. Pero lo contrario también es verdad: Él es Dios
en esencia, y nosotros somos, por la gracia, capaces de ascender a lo que es
contrario a la naturaleza humana. Pues nosotros somos humanos, y Él es el Hijo
por naturaleza, pero nosotros también nos hemos convertido en hijos adoptivos
por cuanto somos llamados a la amistad con Él”. [1]
“Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn
8,32). Nuestro Señor Jesucristo es “el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6),
el liberador de la humanidad “de la esclavitud del enemigo”. No hay ni vida ni
libertad sin la Verdad ni fuera de ella. Darle cualquier sentido que se nos
antoje a la vida no es verdadera libertad, sino la versión contemporánea del
pecado ancestral, nuestra reclusión voluntaria en una independencia
autosuficiente y egoísta sin una percepción de la verdad como relación con Dios
y con nuestros semejantes. La Navidad es un momento idóneo para el
autoconocimiento, para comprender la diferencia entre “Dios que se hace hombre”
y “el hombre que actúa como si fuera Dios”. Es un momento idóneo para tomar
conciencia de la enseñanza cristiana de que “no decimos que el hombre se haga
divino, sino que Dios se hace humano”. [2]
El mensaje de la buena nueva de la Navidad resuena hoy
junto al estruendo de la guerra y el ruido de las armas en Ucrania, país que
está sufriendo las terribles consecuencias de una invasión provocadora e
injusta. Para nosotros los cristianos, todas las guerras suponen el asesinato
de nuestros hermanos; todas son guerras civiles que, tal y como proclamó el
Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa, “son resultado de la presencia
del mal y del pecado en el mundo” [3]. En el caso de Ucrania, las palabras de
San Gregorio Palamás sobre los sangrientos conflictos entre cristianos
ortodoxos de su época en Tesalónica parecen más relevantes si cabe: “Pues su
común madre nodriza es la Santa Iglesia y la devoción, cuya cabeza y
perfeccionador es Cristo, el verdadero Hijo, que no solo es nuestro Dios, sino
que también consideró apropiado ser nuestro hermano y nuestro Padre”. [4]
En la persona de Cristo se ha conseguido la
“recapitulación” de todo, la emergencia de la unidad de la raza humana y la
santidad de la persona humana, la apertura del camino hacia la “semejanza de
Dios” y la revelación de la paz que “sobrepasa todo entendimiento” (Flp 4,10).
Cristo es “nuestra paz” (Ef 2,14), y a Cristo precisamente está dedicada la
histórica y emblemática iglesia de “Santa Irene” (“la Santa Paz”) de la Ciudad
de Constantinopla.
Nuestro Salvador bendice a “los que trabajan por la
paz”, pues “ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Él promueve los
conceptos de justicia y amor, incluso a nuestros enemigos. En la Divina
Liturgia, la Iglesia Ortodoxa reza “por la paz que viene de lo alto” y “por la
paz del mundo entero”. Y en la Liturgia de San Basilio el Grande oramos y
glorificamos al Dador de todo bien: “Concédenos tu paz y tu amor, Dios Señor
nuestro, porque nos has concedido todas las cosas”. Como receptores y
beneficiarios máximos de todas las cosas procedentes de Dios, estamos obligados
más que nadie a luchar por la paz de acuerdo con lo que dicen las Escrituras:
“Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará” (Lc 12,48). En este sentido,
todo lo que los cristianos hagan en contra de este principio no afecta sobre
todo al cristianismo en general, sino más bien a los que viven de manera
contraria a los mandamientos divinos.
La paz entre los pueblos nunca ha sido en la historia
de la humanidad algo que se haya dado por supuesto, sino que siempre y en todas
partes ha sido más bien el resultado de iniciativas inspiradas, de la valentía
y el sacrificio, de la resistencia a la violencia y el rechazo de la guerra
como medio para resolver las diferencias, y una lucha perpetua por la justicia
y la protección de la dignidad humana. Su contribución a la paz y a la
reconciliación constituye el criterio principal para juzgar la credibilidad de
las religiones. En las tradiciones religiosas hay sin duda motivaciones no solo
para la paz interior, sino también para el progreso y el establecimiento de la
paz social y la superación de la agresión en las relaciones entre los pueblos y
naciones. Esto es especialmente significativo en nuestra época, en que se
mantiene la opinión de que la paz garantizará, gracias al desarrollo económico,
un aumento del nivel de vida y un progreso de la ciencia y la tecnología
mediante la comunicación digital e internet. Estamos convencidos de que no
puede haber paz entre los pueblos y civilizaciones sin paz entre las
religiones, sin diálogo y cooperación. La fe en Dios fortalece nuestro esfuerzo
por conseguir un mundo de paz y justicia, aunque ese esfuerzo tenga que
enfrentarse a obstáculos humanamente insuperables. Sea como fuere, es
inaceptable que los representantes de las religiones prediquen el fanatismo y
alimenten las llamas del odio.
Reverendísimos hermanos y queridos hijos:
Cristo ha nacido, glorificadlo. Cristo baja de los
cielos; venid a recibirlo. Cristo está en la Tierra; venid a saludarlo.
Uniéndonos a la exhortación de nuestro santo predecesor en el Trono de la
Iglesia de Constantinopla, celebremos la Natividad del Salvador del mundo con
gozo espiritual, “no de manera terrenal, sino celestial”, evitando “lo
superfluo y lo innecesario, especialmente mientras otros, hechos del mismo
barro que nosotros, sufren hambre y pobreza” [5]. Rezamos para que todos
disfrutéis de estos Doce Días de Navidad de un modo glorioso y en un ambiente de
fervorosa oración, como una verdadera plenitud del tiempo y una irradiación de
la luz de la eternidad. ¡Que el año 2023 sea, por la bondad y la gracia de la
Palabra Divina que se hizo carne por nosotros y por nuestra salvación, un
tiempo de paz, amor y solidaridad, un verdadero año de la justicia de nuestro
Señor!
¡Os deseamos muchos años de vida, llenos de
bendiciones!
Navidad de 2022
+ Bartolomé de Constantinopla
Fervoroso suplicante por todos ante Dios
______
[1] Cirilo de Alejandría, Tesoro de la Santa y
Consustancial Trinidad, PG 75.561.
[2] Juan Damasceno, Exposición exacta de la fe
ortodoxa, PG 94.988.
[3] La misión de la Iglesia Ortodoxa en el
mundo actual, IV, 1.
[4] Gregorio Palamás, Sobre la paz de unos con
otros, PG 151.10.
[5] Gregorio el Teólogo, Sobre la fiesta de la
Teofanía o la Natividad de Cristo, PG 36.316.