miércoles, 20 de abril de 2022

ENCÍCLICA PATRIARCAL PARA LA SANTA PASCUA 2022




 

+ B A R T O L O M É

POR LA GRACIA DE DIOS ARZOBISPO DE CONSTANTINOPLA-NUEVA ROMA

Y PATRIARCA ECUMÉNICO

AL PLÉROMA DE LA IGLESIA: QUE LA GRACIA, LA PAZ Y LA MISERICORDIA

DE CRISTO RESUCITADO EN GLORIA ESTÉ CON TODOS VOSOTROS

 

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Tras haber corrido la carrera de la lucha ascética durante la Santa y Gran Cuaresma y experimentado con compunción la venerable Pasión del Señor, ahora nos llenamos de la luz eterna de su espléndida Resurrección, y por ello alabamos y glorificamos su trascendente nombre exclamando este gozoso mensaje a todo el mundo: «¡Cristo ha resucitado!».

La Resurrección es el núcleo de la fe, devoción, cultura y esperanza de los cristianos ortodoxos. La vida de la Iglesia, tanto en su expresión divino-humana, sacramental, litúrgica, espiritual, moral y pastoral como en el buen testimonio acerca de la gracia que hemos recibido en Cristo y la esperada “resurrección común”, encarna y refleja la aniquilación del poder de la muerte a través de la Cruz y la Resurrección de nuestro Salvador, junto con la liberación de la humanidad de la «esclavitud del mal». Esta Resurrección es testimoniada por los Santos y Mártires de la fe, por la doctrina y el ‘ethos’ de la Iglesia, por su estructura canónica y por su función; también a través de las sagradas iglesias, monasterios y venerables santuarios, el celo divino del clero y el compromiso incondicional de los que han entregado sus posesiones y su mismo ser a Cristo como monjes y, en general, por el ‘phronema’ de los fieles y el impulso escatológico de nuestra forma de vida eclesial.

Para nosotros los ortodoxos la celebración de la Pascua no es un escape temporal de las realidades mundanas y sus contradicciones, sino una proclamación de nuestra fe inquebrantable en el hecho de que el Redentor de la raza de Adán, que ha pisoteado la muerte con su muerte, es el Maestro de la historia, el Dios de amor eternamente «con nosotros» y «por nosotros». La Pascua es la experiencia de la certidumbre de que Cristo es la Verdad que nos hace libres; es el fundamento, el eje existencial y el horizonte de nuestra vida. «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Ninguna circunstancia, «[…] tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada» (Rm 7,35) puede separar a los fieles del amor de Cristo. Esta firme convicción inspira y revigoriza nuestra creatividad y nuestro deseo de convertirnos en este mundo «colaboradores de Dios» (1 Cor 3,9) y garantiza que, frente a cualquier obstáculo o callejón sin salida, por infranqueables que parezcan, incluso cuando no se concibe solución humana alguna, siempre hay esperanza y una perspectiva. «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Fil 4,13). En el Cristo resucitado sabemos que el mal, bajo cualquier forma que adopte, no tiene la última palabra en el camino de la humanidad.

Sin embargo, aunque estemos llenos de gratitud y gozo por este valor supremo concedido al ser humano por el Señor de la gloria, nos sentimos descorazonados ante la violencia, injusticia social y las violaciones de los derechos humanos en sus diferentes formas que padecemos en nuestros días. «El radiante mensaje de la resurrección» y nuestra exclamación («¡Cristo ha resucitado!») resuenan hoy junto al terrible ruido de las armas, los gritos de angustia de las víctimas inocentes de la agresión militar y la situación de los refugiados, entre los cuales se encuentran numerosos niños inocentes. Pudimos ver con nuestros propios ojos todos estos problemas durante nuestra reciente visita a Polonia, adonde ha huido la gran mayoría de los refugiados ucranianos. Estamos al lado del piadoso y valiente pueblo de Ucrania, que está soportando una pesada cruz, y sufrimos con él. Rezamos y luchamos por la paz y la justicia y por todos los que se ven privados de ellas. Como cristianos, nos resulta inimaginable permanecer callados ante la destrucción de la dignidad humana. Junto con las víctimas del conflicto militar, la mayor víctima de la guerra es la humanidad, que no ha conseguido erradicarla en el transcurso de su larga historia. La guerra no solo no resuelve los problemas, sino que crea unos nuevos y más complejos aún. Siembra división y odio; aumenta la discordia entre los pueblos. Creemos firmemente que la humanidad es capaz de vivir sin guerra y violencia.

La Iglesia de Cristo de manera innata funciona como agente de paz. No solo reza «por la paz que viene de lo alto» y «por la paz del mundo entero», sino que subraya la importancia de todo esfuerzo humano para establecer la paz. La característica principal de un cristiano es ser pacificador. Cristo bendice a los pacificadores, cuyo esfuerzo es una presencia tangible de Dios en el mundo y reflejo de «la paz que sobrepasa todo entendimiento» (Fil 4,7) en la «nueva creación», el reino celestial del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tal y como queda sabiamente señalado en el documento del Patriarcado Ecuménico titulado ‘Por la vida del mundo. El ethos social de la Iglesia ortodoxa’, esta «honra a los mártires por la paz y testimonia el poder del amor, la bondad de la creación en sus formas inicial y final y el ideal de conducta humana establecido por Cristo durante su ministerio terreno» (§ 44).

La Pascua es la fiesta de la libertad, la alegría y la paz. Alabamos solemnemente la Resurrección de Cristo, a través de la cual experimentamos nuestra resurrección juntamente con Él. Y fielmente adoramos el gran misterio de la Economía Divina y participamos del «banquete común». En este espíritu, desde la sede de la Iglesia de Constantinopla, que participa eternamente en la Cruz y la Resurrección de nuestro Señor, os dirigimos a todos vosotros, honorabilísimos hermanos Jerarcas y queridos hijos, nuestro más sentido saludo pascual, e invocamos sobre vosotros la gracia y la misericordia de Cristo, el Dios de todo, que dio muerte al Hades y nos otorgó la vida eterna.

 

En El Fanar, Santa Pascua 2022

 

+ Bartolomé de Constantinopla

Fervoroso suplicante por vosotros ante el Señor Resucitado