Páginas

lunes, 26 de octubre de 2020

Homilía del Archimandrita Demetrio para el día de su onomástica


San Demetrio, originario de Tesalónica, vivió en la época de los emperadores Diocleciano y Maximiano y sufrió martirio por Cristo a principios del siglo IV. Su muerte fue así: un celebra gladiador de origen pagano y favorito del emperador, llamado Lyaios, se presentó en el estadio de Tesalónica retando a la población a que luchara contra él. El joven soldado Néstor, compañero de san Demetrio que ha había sido arrestado por su condición de cristiano, aceptó el reto no sin antes acercarse a la cárcel a pedir la bendición y oraciones de san Demetrio. En la lucha, san Néstor mató al gigante gladiador dejándolo tendido en la arena. Maximiano montó en cólera y averiguando donde estaba la causa de la victoria ordenó matar a Demetrio y a Néstor. Este hecho es el que se resume en el himno que cantamos cada 26 de octubre: " La cristiandad ha encontrado en ti un gran aliado en los momentos de peligro, oh atleta victorioso de las naciones paganas. Tú que has humillado la insolencia de Lyaios alentando a Néstor en el estadio, ruega a Cristo Dios, oh gran mártir Demetrio, que nos conceda su gran misericordia".


¿Qué significa para nosotros, cristianos del siglo XXI, este hecho heroico, este martirio ocurrido hace 1700 años?


El martirio ha sido situado y ha sido celebrado por la Iglesia antigua como el grado más alto de la vida espiritual y el culto a los santos fue, en sus comienzos, el culto a los mártires. El misterio de la sangre voluntariamente derramada transforma al hombre en "eucaristía": el mártir no es solamente "amigo" de Cristo, sino que se convierte también en "partícipe" de la vivificante Cruz del divino Salvador. Así como la Cruz de Cristo se identifica con su resurrección, también la sangre vertida por el mártir se contempla, al mismo tiempo, como vino eucarístico y como vino de embriaguez espiritual. En el punto álgido de su "pasión" el mártir experimenta la alegría inefable de Pascua. El mártir no tiene miedo a la muerte porque Cristo ha vencido a la muerte y la ha cambiado por resurrección. No es un estoico, ni necesariamente un asceta ni, con frecuencia, menos aún un combatiente voluntario; por lo general es una persona humilde que, no obstante, en lugar de volverse insensible o rebelarse en el momento de la prueba, se abandona totalmente a Cristo con infinita confianza. Entonces Cristo los libra del dolor sustituyéndolo por alegría. Así. por ejemplo, en el martirio de las santas Perpetua y Felicidad. vemos a ésta última gemir en prisión por los dolores de parto de su hija y mientras el carcelero se burla de ella, Felicidad encuentra la fuerza para responderle: "Ahora soy yo sola la que debe soportar lo que soporto, pero has de saber que en la arena será otro el que soportará en mi lugar lo que yo sufra por Él". Y tal como figura en el relato de su martirio, la santa apareció durante el tormento en un estado de éxtasis.


¡Qué lección para todos nosotros! Ante estos hombres y mujeres que recibían la muerte pronunciando palabras de amor, la sociedad romana de la época y sus dirigentes empezaron a adquirir una cierta toma de conciencia y a interesarse poco a poco por los nuevos valores que proponían estos adeptos a Cristo. La no sumisión en nombre de la conciencia y de la fe, es decir, en nombre de la más alta libertad personal, esta extraña conducta de oposición "no por odio, sino por amor", terminó por demostrar durante los primeros siglos de la era cristiana, que el poder del hombre se encuentra limitado por el misterio de la persona. Así, en el año 313, el poder romano  tuvo que reconocer oficialmente la libertad religiosa para los cristianos, y con ello para todos, bajo la forma de decreto imperial conocido como el Edicto de Milán. Este hecho fue verdaderamente obra, junto a otros, de san Demetrio.


Bien es verdad que la sociedad cristiana traicionó con frecuencia, más tarde, su lucha por la libertad. Nuestra Iglesia Ortodoxa ha continuado constantemente aplicando el principio de "lo único necesario" con un asombroso ejemplo: la continuidad de sus mártires. No sólo de los mártires de los emperadores paganos o heréticos, sino también de la época de la ocupación otomana, con numerosos mártires griegos bajo el poder turco, así como los casos ocurridos bajo los regímenes totalitarios del siglo pasado, mártires torturados o ejecutados en los gulags u otros lugares de detención.


La enseñanza de los mártires es que Dios, y sólo Dios, es la verdadera libertad del hombre. El cristiano, aún estando en el mundo, no es del mundo y, por tanto, lo puede cambiar. La presencia de la Iglesia entre los hombres de todos los tiempos, su capacidad de independencia, la fuerza del testimonio de "lo único necesario" es que Cristo resucitado libera al mundo de su fatalidad y le ofrece una salida por el poder del Espíritu Santo actuando en todo el universo. Añadamos también que junto a los mártires de la sangre se encuentra el martirio "blanco" de los monjes, esos hombres que con su oración y su silencio, su transparencia y su paz, permiten a las energías divinas fecundar misteriosamente la historia. Aún más, junto a los mártires y los monjes hay que situar a todos nuestros fieles, conocidos o desconocidos, que cada día dan testimonio de una vida más fuerte que la muerte a pesar de las pruebas y de las burlas que han de soportar de quienes les rodean.


"¡Da tu sangre y recibe el Espíritu!" En la santa persona de nuestro Gran Mártir Demetrio el Myroblita el tiempo queda suspendido. Con él vivimos tanto el ayer como el presente. A través de él vemos desplegarse siglo tras siglo la cadena indisoluble de los mártires y los testigos de Cristo. San Demetrio ofrece sus sangre por su divino Maestro y, a cambio, recibe el Espíritu de Dios. Roguemos para que por su intercesión se nos conceda el Espíritu vivificante, el "agua viva" que su gracia irrigue sin cesar toda la creación y de la que tanta necesidad tenemos hoy día para saciar nuestra propia sed.



+ Arch. Demetrio