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miércoles, 10 de junio de 2020

Reflexión del Archimandrita Demetrio (Sáez) en el Foro Ecuménico Pentecostés 2020


Reflexión de la Iglesia Ortodoxa
"La Crisis Humana"
Encuentro (virtual) del Foro Ecuménico 2020

Tras la proclamación de la muerte de Dios por los diversos ateísmos de los últimos tiempos, no son pocos los que piensan que se ha producido también la muerte del hombre. Me refiero al ateísmo que surge del humanismo científico que proclama que el hombre es la medida de todas las cosas y que acusa a la fe como de un obstáculo para la felicidad humana. Hegel decía que "para el hombre de hoy la lectura del periódico ha reemplazado el ejercicio de la oración". Esto es cierto, y es por lo que la Iglesia es consciente en la actualidad de una vulnerabilidad que la emparenta con la angustia del mundo. A la manera de su Señor, que no tiene ningún poder en el sentido de la causalidad física o dominación social y que sólo puede actuar por la irradiación del amor y de la libertad, la Iglesia ya no es el Organismo que lo sabe todo y que lo dice todo; pero ella sigue escuchando la voz del Espíritu que se hace oír en todas las manifestaciones de la dimensión humana.

En nuestra sociedad la vida es, frecuentemente, tema de noticia. Es natural que así sea, puesto que aún no siendo exclusiva del ser humano, la vida define lo propio del hombre en su dignidad, su responsabilidad, el drama de su existencia y el horizonte de su esperanza que se afirma como deseo de más vida, de una vida mejor. Siendo su don más preciado, el hombre encuentra en ella un desafío para su libertad, una motivación para su generosidad y una exigencia para su responsabilidad.

En la manera de abordar su propia vida, el hombre expresa la paradoja o el carácter contradictorio de su propia existencia. Es capaz de la belleza y del drama, de las más sublimes experiencias de la generosidad o de las más abyectas manifestaciones de la violencia o de desprecio por la vida. A la generosidad heroica de tantos al servicio de sus hermanos se contrapone la violencia de quien no duda en matar o perjudicar a otros. Nuestra sociedad viene atravesada en los últimos tiempos por manifestaciones de esta contradicción.

Hemos llenado nuestro mundo de objetos pasajeros, fácilmente reemplazables, sin que lleguen a ser depositarios de significados y recuerdos. Nos vemos empujados a un consumo masivo de mercancías y deberíamos preguntarnos si esto no desemboca en una pérdida del sentido de la realidad y en una banalización de la existencia. La situación recuerda la del pasaje evangélico del endemoniado de Gerasa. Al entrar los demonios en los cerdos que se precipitaron al mar, los gerasenos se acercan y le piden educadamente a Jesús que se aleje de su territorio. No se trata de gente impía. No son ni mejores ni peores que la mayoría de los hombres, pero no quieren sufrir perjuicios en su hacienda. Para ellos lo principal es tener asegurada la existencia material, luego, si les sobra tiempo, ya se cuidarán de Dios.

Para el hombre de hoy Cristo también resulta inquietante ¿Cómo hacer comprender la verdad del mensaje evangélico a una sociedad dominada por un falso optimismo del progreso? Lo más preocupante de esta actitud moderna es el total desinterés de cualquier novedad que no sea la científica que le pueda dar el control del mundo y del universo. No obstante, el que el hombre quiera ejercer ese control es, desde el punto de vista cristiano, el cumplimiento de su destino primitivo, a condición de que comprenda que la fuente de su poder es un don de Dios. El hombre ha sido puesto en este mundo para ser el amigo e interlocutor de Dios, para ejercer su poder en nombre de su Creador. Sin embargo, este hombre ha faltado a su misión, ha rechazado ser amigo de Dios y ha querido ejercer el poder sobre el mundo en su propio nombre. Este es el sentido de lo que llamamos pecado. El pecado no es, simplemente, una desobediencia, sino, de alguna manera, una negación de la naturaleza misma, una especie de suicidio que comete el hombre al querer actuar por sí mismo y no en nombre de Dios.

La relación del hombre con Dios es mediante la fe y por el Espíritu. Desde el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo está vinculado a la idea de libertad: es Él quien nos libera; es Él quien nos comunica la vida nueva en Cristo; es en Él donde encontramos la familiaridad de hijos adoptivos de Dios. Esta oposición entre el estado de libertad en que nos encontramos y el de esclavitud en que estábamos y en la que permanece hoy el mundo es la diferencia entre nuestra idea de libertad y las de otras libertades que existen por ahí.

La mayoría de ateos e increyentes actuales lo son porque pretenden liberarse de la Iglesia, pretenden liberarse de tabúes, pretenden liberarse de una revelación que, según ellos, ha caído desde el cielo aplastando nuestro espíritu. Pero nosotros pensamos lo contrario: que ellos son los prisioneros y nosotros los libres ¿Cuál es la diferencia entre estos dos conceptos opuestos de libertad? Para los cristianos, la verdadera vida humana, la verdadera libertad, reside en la unión con Dios. Fuera de Dios el hombre es como un pez fuera del agua: puede hacer lo que quiera, pero no puede ejercer sus funciones naturales porque se supone que éstas se encuentran en el agua. El pez fuera del agua muere sin que nadie lo mate. Así el hombre, al encontrarse fuera de Dios, muere precisamente porque no puede ejercer la totalidad de sus funciones. Sólo puede ejercer, de alguna manera, arbitraria, temporal y ciegamente sus poderes sobre la materia y el mundo. Fuera de Dios el hombre queda prisionero del determinismo de la materia; creo que el hombre moderno puede y debiera comprender que el progreso científico, ese dominio que ejerce sobre la materia y el mundo, sobre sí mismo, sobre su salud e, incluso, sobre su muerte, no es más que un control relativo y extremadamente peligroso, precisamente porque lo ejerce fuera de Dios.

Entrando en contacto con lo divino el hombre descubre las cosas más importantes: el sentido de su ser; el valor infinito de cada persona; el proyecto de la existencia del mundo, que no sólo gravita sobre su órbita sino que tiene una finalidad; el designio de la historia; el significado del trabajo; el propósito de la belleza de la creación...etc. El cristiano no renuncia al mundo: lo santifica ¿Acaso el listón que se nos propone es muy alto? Quizás, pero es un ideal frente al cual el cristianismo no ha hecho más que comenzar, como decía el p. Schmemann. El cristianismo está abierto a lo venidero, al futuro, al desarrollo de toda la humanidad, por eso es capaz de renacer constantemente. A lo largo de la Historia ha atravesado las crisis más penosas, se ha hallado al borde de la desaparición, del exterminio físico o espiritual, pero siempre ha renacido. No porque esté dirigido por personas excepcionales, pecadores como todo el mundo, sino porque Cristo, nuestro divino Señor, prometió estar con nosotros "hasta el fin del mundo"

+ Archimandrita Demetrio, Vicario General de la Sacra Metrópolis Ortodoxa de España y Portugal y Exarcado del Mar Mediterráneo (Patriarcado Ecuménico)