Páginas

domingo, 9 de septiembre de 2018

Intervención de S.E. Policarpo en las XIX Jornadas de Teología de Santiago


+ Metropolita Polykarpos Stavropoulos
Arzobispo Metropolitano de España y Portugal
y Exarca del Mar Mediterráneo
Presidente de la Asamblea Episcopal Ortodoxa de E y PT

“Llamados a la unidad; el punto de vista teológico ortodoxo”
(Santiago de Compostela, 6 de septiembre de 2018)

En primer lugar deseo expresar mi alegría por encontrarme entre vosotros, queridos hermanos y hermanas en Cristo, y en segundo lugar mi agradecimiento al Excelentísimo y Reverendísimo Hermano en el episcopado Mons. Julián Barrio, Arzobispo Metropolitano de Santiago de Compostela, por su fraternal invitación a participar como relator en este importante Congreso teológico intercristiano.

Mi participación tiene lugar en mi calidad de Arzobispo Metropolitano del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla para España y Portugal. Como es sabido, el Patriarcado Ecuménico fue protagonista del moderno movimiento ecuménico desde los inicios del siglo pasado, y participa activamente en él. También el Patriarcado Ecuménico, como Iglesia Madre y Primada en el conjunto de las Iglesias Ortodoxas locales autocéfalas, coordina y dirige las relaciones y contactos interortodoxos, intercristianos e interreligiosos. Naturalmente, este asunto no es obra fácil, porque necesita particular discernimiento y atención para evitar situaciones extremas, es decir, tanto fanatismos y radicalismos como el menoscabo de la fe.

Desde los primeros momentos de su vida histórica la Iglesia fue consciente del hecho de que su unidad no es una simple cuestión de actividad ideológica o estructuración organizativa. La Iglesia no es una institución “religiosa” de la vida social. “Ek-Klesía”, Iglesia, significa un evento originario de comunión y unión entre los hombres. Jesucristo no fundó ninguna religión, que es algo pagano, sino Iglesia. “Es justamente llamada ‘ek-klesía’ porque llama, convoca y reúne a todos”, dice San Cirilo de Jerusalén (Catequesis 18, 24; PG. 33, 1044); para completar, San Juan Crisóstomo dice: “El nombre ‘ek-klesía’ no indica separación, sino unión; es un nombre que indica sinfonía” (Homilía a la I Carta a los Corintios, P.G. 61, 13). Por eso, según el mismo Santo Padre, desgarrar a la Iglesia es peor que caer en la herejía. La Iglesia es creación de un concreto ‘τρόπος’ (modo) de comunión y unión ontológica del hombre “según la naturaleza” y “según la verdad”, como dice San Máximo el Confesor (cf. Mystagogía, P.G. 91, 101A). El hombre como acontecimiento substancial de comunión, relación y unión según el icono de Dios Trino, la comunión y unión amorosa de las Personas de la Santísima Trinidad.

Uno de los problemas que preocupan al hombre moderno, que vive en esta turbada y tumultuosa época en la cual se ha enfriado el amor de muchos (ved Mt 24,12) es la vital cuestión de la Unidad en general. Este importantísimo asunto preocupa particularmente a todo verdadero cristiano. La teología ortodoxa en este punto habla más a favor de la unidad en la fe de los cristianos que de la unión de las distintas iglesias. Y esta unidad en la fe la ve y la comprende en el vínculo de la paz, del amor y de la verdad. El desesperanzado hombre cristiano de hoy busca la unanimidad y el acuerdo en la fe y en la vida, que se realiza solamente en el vínculo de la paz, de la caridad y de la verdad. La caridad debe caminar junto con la verdad, porque cuando se aleja de ella es una caridad humanística, un amor sentimental. Por eso los Santos Padres de la Iglesia, sobre todo los de la corriente mística, usan más el término “ἒρως / eros”, que supone un movimiento extático, que el de “ἀγάπη / amor”, en el cual existe el peligro del sentimentalismo.

Oímos continuamente hablar de guerras, revoluciones, discordias y divisiones entre los hombres en las sociedades y en las familias. El hombre de hoy es turbado y molestado por muchas tentaciones. En la turbadora época que vivimos la Iglesia debe transmitir en todas las direcciones el mensaje de la unidad, que debe ser vivido ya en la vida presente.

La unidad en la fe, como es sabido, es impetrada en la Oración Sacerdotal de Nuestro Señor Jesucristo, según sus propias palabras: “para que sean uno / ἳνα ὦσιν ἓν” (Juan 17,22). Debemos, pues, todos los cristianos trabajar por la unidad en Cristo. Pero, si observamos atentamente esta famosa frase del Señor, acreditaremos, junto con muchos Santos Padres de la Iglesia, que Cristo no se refiere a una unidad exterior, sino a una unidad de la verdad revelada.

Nuestro Señor Jesucristo pone como modelo de la unidad de los hombres cristianos la unidad de las personas de la Santísima Trinidad: “para que todos sean uno, así como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos sean uno en nosotros / ἳνα πάντες ἓν ὦσι, καθώς σύ πάτερ, ἐν ἐμοί κἀγώ ἐν σοί, ἳνα καί αὐτοί ἐν ἡμῖν ἓν ὦσιν” (Juan 17,21). Ciertamente existe una diferencia abismal entre κτιστόν / creado y ἂκτιστον / increado, ya que no puede existir igualdad alguna entre ambos; por eso la palabra "así como / καθώς” se pone en el lugar del tipo. Las palabras "en nosotros / ἐν ἡμῖν" tienen el sentido de que los Discípulos deben vivir en Cristo y solamente en Él. La unidad de todos los Apóstoles con Cristo y en general con las personas de la Santísima Trinidad se alcanza a través la “θεωρία”, es decir, la visión de la gloria de Dios. “Quiero que estén conmigo allí donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo / Θέλω ἳνα ὃπου εἰμί ἐγώ κἀκεῖνοι ὦσι μετ’ ἐμοῦ, ἳνα θεωρῶσι τήν δόξαν τήν ἐμήν ἣν δέδωκάς μοι, ὃτι ἠγάπησάς με ἀπό καταβολῆς κόσμου» (Juan 17,24). La gloria de Dios es la energía increada / ἂκτιστος ἐνέργεια de Dios, la cual tiene el Verbo antes de la creación del mundo, como nacido del Padre antes de todos los siglos. La expresión: “para que contemplen mi gloria / ἳνα θεωρῶσι τήν δόξαν τήν ἐμήν” se refiere a la θεωρία (visión divina) y a la μέθεξις (participación) por parte de los Discípulos de la gloria de Dios. Así, en la visión divina los Discípulos se comunican con el Dios increado siendo creados, y ciertamente se unen entre sí. En esta perspectiva los Discípulos son “perfeccionados en uno / τετελειωμένοι εἰς ἓν” (Juan 17,23). De hecho se trata de una unidad en la perfección que sucede durante la experiencia de la glorificación, es decir, de la divinización. Cristo, además, afirma: “Y yo les he dado la gloria que tú me has dado para que sean uno … / καί ἐγώ τήν δόξαν ἣν δέδωκάς μοι δέδωκα αὐτοῖς ἳνα ὦσιν ἓν ...” (Juan 17,22). Eso significa que fue dada a los Discípulos la gloria de Dios, pero paralelamente Cristo reza a su Padre para unirlos en la visión de esta gloria.

Este breve análisis de la Oración Sacerdotal de Cristo sobre la unidad desde el punto de vista teológico ortodoxo muestra que la expresión “para que sean uno / ἳνα ὦσιν ἓν” se refiere a la visión por parte de los Discípulos de la gloria divina increada, la cual vieron Pedro, Juan y Santiago en el Monte Tabor durante la Transfiguración de Cristo y todos los Apóstoles durante Pentecostés. Así, los Discípulos en el Aposento Alto de Jerusalén vieron la gloria de Dios en el Espíritu Santo, se convirtieron en miembros del Cuerpo de Cristo y adquirieron la esperada y perfeccionada unión en Él. Durante la experiencia de Pentecostés los Discípulos vieron la gloria de Dios y se hicieron participes de ella, fueron divinizados. Según la explicación teológica ortodoxa, la expresión del Señor “para que sean uno / ἳνα ὦσιν ἓν” no se refiere a una unión entre las iglesias; la Iglesia es una, santa, católica, como también lo es Cristo. Se refiere a la unidad de los Discípulos y en consecuencia también de los cristianos a través de la participación de la gloria de Dios, es decir, a través de la divinización, que fue realizada por lo que se refiere a los primeros durante Pentecostés. Los Apóstoles vieron, recibieron y participaron en la gloria de Dios, es decir, que a través de la purificación y la iluminación llegaron a la divinización. Cristo rezó por su divinización y en consecuencia por la divinización de aquellos que creerían en Él a través de ellos, es decir, de nosotros los cristianos. Es oración de divinización, en cuyo estado se cumple y se perfecciona la unidad con Dios y entre los hombres, ya que todos, el Dios Trino y nosotros los mortales, tendremos la misma gloria. La experiencia de Pentecostés es la suprema experiencia de divinización antes de la Segunda Venida de Cristo. Cada vez que uno llega a la experiencia de la divinización se vuelve a repetir la misma experiencia de Pentecostés. Y a la experiencia de Pentecostés -es decir, a la divinización- puede llegar toda persona, naturalmente con los presupuestos adecuados para ella, que son la purificación y la iluminación. Según la tradición patrística, la misma experiencia de Pentecostés se repite también después de Pentecostés. El primer ejemplo de ello lo encontramos en la Sagrada Escritura, en el caso de Cornelio. En los Hechos de los Apóstoles, si leemos atentamente los capítulos que se refieren a Pentecostés y a Cornelio, veremos que ambos son iguales (cf. Hechos 10 y 11). La Sagrada Escritura testimonia que después del Santo Pentecostés existe también el Pentecostés personal, que se realiza en la vida de los cristianos que llegan a la divinización, es decir, al “que sean uno, como nosotros somos uno / ἳνα ὦσιν ἓν, καθώς καί ἡμεῖς ἓν ἐσμέν”. Durante todo su recorrido histórico en la Iglesia tenemos ejemplos de hombres que han llegado a la misma experiencia de Pentecostés, como los Apóstoles, Cornelio, los Santos con el Λόγος σεσαρκωμένος (Verbo encarnado) y los Profetas con el Λόγος ἂσαρκος (Verbo no encarnado). No se trata de una experiencia diferente, pues con Pentecostés termina y se perfecciona la Revelación: durante este acontecimiento fue revelada toda la verdad.

En el día de Pentecostés fue revelada la fe en la Iglesia “ἃπαξ / de una vez para siempre”. No existe una revelación progresiva de las verdades dentro de la historia de la Iglesia. Los verdaderos cristianos tenemos la obligación de luchar para ser partícipes de esta experiencia de fe, luchar cada uno por su propio Pentecostés personal -es decir, su divinización-, que es obtenida con la purificación y la iluminación. Las etapas son tres: purificación, iluminación, divinización. De esa situación participaron a través de los siglos los Santos de la Iglesia: los Profetas, los Apóstoles, los Mártires, los Padres, los Confesores, los Ascetas, así como también muchos simples cristianos (clérigos, monjes y laicos), y damos gracias al Señor porque existen también en nuestros días cristianos (clérigos, monjes y laicos) que reciben la visitación divina y participan de la experiencia de la Luz increada de Cristo, estado conocido como θεωρία (theoría).

El Apóstol Judas habla sobre la fe que fue entregada "de una vez para siempre a los santos / ἃπαξ τοῖς ἁγίοις", sobreentendiendo que esto fue realizado durante el día de Pentecostés. “Me he visto obligado a escribiros para exhortaros a combatir por la fe transmitida de una vez para siempre a los santos / Ἀνάγκην ἒσχον γράψαι ὑμῖν παρακαλῶν ἐπαγωνίζεσθαι τῇ ἃπαξ παραδοθείσῃ τοῖς ἁγίοις πίστει” (Judas 3).

La revelación y la aparición de Dios en la existencia del hombre y la participación de la gracia increada de Dios por parte de este constituye la unidad de la cual habla Cristo. En consecuencia, la lucha por la unidad está inseparablemente unida al esfuerzo por la visión y la obtención de la gloria de Dios. De esta experiencia fue partícipe el Apóstol Pablo a las puertas de Damasco, y así mismo ocurrió con los otros Apóstoles. Por eso con certeza proclama: “Pablo, apóstol, no de parte de los hombres, ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre …  yo no lo recibí (el Evangelio) ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo / Παῦλος ἀπόστολος οὐκ ἐπ’ ἀνθρώπων, οὐδέ δι’ ἀνθρώπου, ἀλλά διά Ἰησοῦ Χριστοῦ καί Θεοῦ Πατρός ... οὐδέ γάρ ἐγώ παρ’ ἀνθρώπου παρέλαβον αὐτό (τό Εὐαγγέλιον), οὒτε ἐδιδάχθην, ἀλλά δι’ ἀποκαλύψεως Ἰησοῦ Χριστοῦ” (Gal 1, 1-12).

Siendo así las cosas, repito categóricamente que no podemos hablar de relevación progresiva de las verdades de la fe por parte de Cristo en la vida histórica de la Iglesia, puesto que la revelación fue realizada durante Pentecostés, sino de lucha espiritual para la participación en la revelación y su recta formulación a través los siglos. El diablo, padre de la falsedad y de la mentira, ha sembrado y disemina continuamente en el campo del cristianismo cizañas de error, herejía, cisma y división.

Todo lo arriba mencionado lo creemos y proclamamos desde el punto de vista teológico ortodoxo sobre la unidad en el significado real y substancial del término. Desgraciadamente hoy nos esforzamos más por la unión de las iglesias, como si la Iglesia no fuera Una, Santa, Católica, y menos por la unidad de la fe en el vínculo de la paz, del amor y de la verdad. La unión de las iglesias es un fin que puede ser conseguido con aclaraciones ideológicas, con compromisos recíprocos, con la comprensión adecuada y con buena disposición. Es un problema estrictamente intereclesiástico, que interesa sobre todo a los organismos eclesiásticos institucionalizados y a las relaciones entre ellos y se dirige más al sentimentalismo de las masas, sin cambio substancial en la vida de las personas. Por el contrario, la Unidad con mayúsculas es un problema directo de la vida de los hombres en su totalidad. Problema de identidad de la vida, problema de verdad y autenticidad de la vida humana; por eso no puede ser resuelto con medidas “ortológicas” que aplicamos para la mejora o el cambio de las instituciones sociales y las formas organizativas de la vida humana. Se refiere al modo de existencia del hombre “según naturaleza” y “según verdad”, como hemos dicho arriba. Y el hombre “según naturaleza” y “según verdad”, el hombre natural y verdadero, auténtico, es el hombre purificado, iluminado y divinizado. En la lengua griega “ἂνθρωπος / hombre” proviene del conjunto de dos palabras: la preposición “ἂνω / arriba” y el verbo “θρώσκω / dirigir, apuntar”. El fin del hombre verdadero es dirigirse/apuntar hacia arriba, a su Creador. Pars eso mismo fue creado: para hacerse Dios, Dios por gracia y no por naturaleza. Y también por eso mismo “el Verbo se hizo hombre”, para que el hombre se hiciera Dios. En el estado de la divinización se realiza la Unidad completa, perfecta y absoluta. Todo cesa, puesto que el hombre está en la situación anterior a la caída: unido con Dios y con su prójimo.


Agradeciendo la invitación y vuestra paciencia, deseo desde lo más profundo de mi corazón -y rezo por ello- que el Edificador de la Iglesia nos una en el vínculo de la paz, del amor y de la verdad, para que, así pacificados, vivamos en el amor y amemos en la verdad.