En el siglo XXI, muchos se preguntan por la figura de Cristo. Algunos se remiten a los recuerdos de su niñez, que en muchos casos crean más dudas que claridad. Otros lo aceptan, pero se preguntan: “¿Para qué? ¿Añade algo nuevo? ¿No bastan nuestros propios esfuerzos, aunque imperfectos, en nuestra vida diaria?”. Para construir nuestra sociedad, que reclama cada día nuevas iniciativas, ¿ir a Jesucristo no es dar un rodeo? Interesante, sí, pero inútil. ¿No tenemos cosas más importantes que hacer y que pensar?
Hace dos mil años, nació un hombre, Jesús, que sigue teniendo un puesto importante para muchos hombres. Incluso algunos aseguran que está vivo. Ven en Él el centro de la Historia, el centro de la vida, e incluso le llaman Dios. Esta discusión se cerraría diciendo que los que eso afirman están locos o alucinados. Pero eso mismo se dijo hace dos mil años de los que siguieron a Jesús, y lo siguen diciendo hoy de los que creemos en Él.
El viaje al pasado de nuestra fe es para descubrir cómo podemos vivir hoy esa fe. No somos unos nostálgicos del pasado. La Iglesia no mira el ayer, ni somos un recordatorio de alguien que murió, sino que esta memoria de su nacimiento es para actualizar los hechos de Cristo.
La propuesta de Cristo es tan actual ahora como entonces. Oímos por boca de Juan el Bautista la llamada a la penitencia, el cambio de sentimientos, la reja del arado que se hunde en el terreno a fin de preparar el suelo para Cristo. Todos recibimos esa invitación: transformar el mundo y a nosotros mismos. La presencia y la fuerza de Cristo es lo que permite ese cambio, siempre que vivamos ante esa presencia y con esa fuerza. Renovarnos y renovar el mundo no es soñar en algo diferente, en alguna parte, que cada cual alcanzará individualmente después de muerto, sino aceptar el Evangelio y acomodar nuestra vida, nuestro criterio, nuestra conducta a lo que Cristo nos enseña. Esto es lo que significa tener fe y creer.
Cristo sigue vivo, y la manera de encontrarlo es buscarlo donde está la Vida. No creemos en un mito, no creemos en una idea, sino en que el Hijo de Dios hecho hombre asume la humanidad entera. Nuestro reto es presentar a Cristo, no como figura del pasado, sino como el hoy de Dios. Se hizo modelo para cada uno, y su ejemplo nos instruye.
En nuestro Bautismo, hemos recibido el Espíritu Santo, y debemos actuar con fuerza para vencer el mal del mundo y de nuestras vidas. Debemos ser portadores de alegría y de la noticia de que hemos sido liberados de la muerte y del pecado. Nuestra esperanza es que este cambio que proponemos no es una quimera, no es una ilusión: tiene realidad en Cristo vivo y presente en nuestros gestos de justicia, de amor, de generosidad. Se hace realidad en todos aquellos que viven, han vivido o vivirán como un don de Dios para sus hermanos.
Puesto que Cristo vive, no esperemos al final de los tiempos para encontrarlo. Abramos los ojos y busquemos su rostro en el rostro de los demás, en el corazón de los demás, en el corazón del mundo, para que, descubriéndolo y viendo lo que nos ama, podamos decirle como Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna”.
P. Archimandrita Demetrio (Sáez), Vicario General
P. Archimandrita Demetrio (Sáez), Vicario General