martes, 30 de noviembre de 2010

Homilía de S.E. Policarpo con motivo de la Fiesta Patronal de la Gran Iglesia de Constantinopla


“EL PRIMER LLAMADO DE LOS APÓSTOLES
Y SU IGLESIA PRIMERA EN LA LLAMADA”

La Iglesia del Primer Llamado de los Apóstoles, esta Cátedra Ecuménica de la Ortodoxia, celebra su “fiesta de cumpleaños”, la venerable conmemoración de un evento histórico, salvífico y de gracia, de refulgente brillo. Su fundación y constitución en la humilde Bizancio, convertida después en la Nueva Roma y Ciudad de Constantino y Reina de las Ciudades, honra y premia a la Iglesia Primera Llamada de Constantinopla, que celebra también la memoria de su Fundador, el Santo y glorioso Apóstol Andrés.

Santísimo y divinísimo Padre y Señor,

Venerables Jerarcas,

Pueblo amado del Señor,

Gran asunto es la memoria y el recuerdo, especialmente en la vida y la actividad de la Iglesia, para el bien de su piadoso Pléroma. La importancia y la necesidad de este hecho, en referencia al Primer Llamado de los Apóstoles, queda patente en la Encíclica Patriarcal y Sinodal del que fuera Metropolita de Felipópolis (Plodiv) -y luego Patriarca Ecuménico con el nombre de Serafín II- de noviembre del 1759 dirigida al sagrado clero y a los cristianos del Santísimo Arzobispado de Constantinopla (“con extensión también a todas las Eparquías del Trono Ecuménico”) (1), que determinó que “a partir de ahora sea celebrada su fiesta con brillo y no sin importancia, y de paso sea contada como las otras. Que su memoria sea celebrada con himnos, cantos y melodías piadosas, porque en esta famosa Ciudad él predicó gloriosamente el primero la palabra de la verdad, y ha honrado y consagrado su sagrada Cátedra” (2), ordenó “a los sacerdotes de las iglesias de esta Megalópolis, de Gálata y del Estrecho (el Bósforo), que desde ahora y al final de las sagrados Oficios sea conmemorado también este glorioso Primer Llamado de los Apóstoles y primer Jerarca de Constantinopla Andrés, desde ahora y para siempre” (3) y encargó exactamente hace 251 años al gran Maestro de nuestra Nación, Eugenio Búlgaris, llamado apenas unos días antes por el Patriarca a la Ciudad Reina para asumir la dirección de la Gran Escuela Patriarcal de la Nación, la homilía oficial durante la primera Divina Liturgia Patriarcal y Sinodal por la Fiesta del Primer Llamado de los Apóstoles tras su constitución de nuevo como Fiesta Patronal del trono Ecuménico.

En esta homilía, el sabio Maestro de la Nación,  además de mostrar la importancia del término “Primer Llamado” en relación con el término “Primer Trono”, da un paso más, caracterizando al Apóstol Andrés no solo como Primer Llamado, sino como también “Auto-llamado”: “Andrés desde el principio –exclama en su texto la ‘dulce abeja’ de Tauromenia, Theófanes Kerameus,– (4) … se ha sentido también auto-llamado” (5). Y, aunque afirma categóricamente que no quiere establecer comparaciones entre los Apóstoles –ya que todos son iguales-, elogia las luchas y las fatigas del Apóstol Andrés frente a las de los demás, diciendo: “Si Pablo, alardeando con jactancia en Cristo, llegó a decir: “Me he fatigado más que los demás” (6)”, yo de Andrés me atrevo a decir que ha dado más fruto que los demás. El desarrollo presente de la Iglesia lo demuestra claramente” (7).

El brillante aniversario y la fiesta de hoy es una ocasión de honor y gratitud al Primer Llamado de los Apóstoles y fundador de la Iglesia de Constantinopla-Nueva Roma. Al mismo tiempo es también una oportunidad para lanzar nuevas campañas y realizar nuevas conquistas, una continuación de la obra de pescar en la red de la gracia y de la salvación en Cristo al hombre de nuestros difíciles tiempos apocalípticos, como hizo con éxito el Primer Llamado Andrés y su Primada Iglesia, permaneciendo fiel a su vocación divina, a su primado de llamada, esta gran fuerza que permanece aquí, en su centro sacratísimo, el humilde y noble Fanar, imperturbable y firme, con modesto orgullo y dignidad, continuando en todo el mundo la acción salvífica de su Primer Llamado Fundador, escuchando desde el pasado, el presente y el futuro, lo cercano y lo lejano, lo terrenal y lo celestial; creando vida, escribiendo historia, elaborando salvación, edificando, sirviendo, ofreciendo, llamando, confesando y testimoniando que existe y seguirá existiendo sin fin, porque cree firmemente que a la Crucifixión siguen la Resurrección y Pentecostés, una Resurrección y un Pentecostés permanentes, parafraseando la palabra apostólica de hoy: “Aunque insultada, bendice; aunque perseguida, aguanta; aunque calumniada, suplica” (8).

Pero volviendo a nuestro Apóstol y a su Iglesia Madre –que también es la nuestra-, ambos han sido y son testigos de fe, esperanza, caridad, verdad, paz y unidad. Todas estas dimensiones caracterizaron desde el principio la llamada y la acción apostólica de Andrés, y han servido, sirven y servirán para siempre a su Iglesia. En cuanto se convirtió en discípulo de Cristo, en seguida corrió para llevar a su hermano Simón, el futuro Pedro, la noticia jubilosa: “¡Hemos encontrado al Mesías! Y lo llevó a Jesús” (9). De este modo, “el recién hecho discípulo se digna en seguida hacerse maestro, el adepto se convierte en seguida en mistagogo, el Apóstol se convierte en seguida en Apóstol de otro Apóstol…” (10), “… ¡Apóstol del corifeo en el orden Apóstolico!” (11). Y cuando más tarde se fue a enseñar a las naciones, con celo divino, abnegación, fatigas y no pocas dificultades recorrió muchas ciudades y países antes de entregar terminar su vida mediante el martirio de la cruz en la capital de Acaya. Lo mismo también ha hecho la Iglesia de Constantinopla. No ha retenido para sí misma con celo el anuncio salvífico de la Resurrección, sino que, imitando al Primer Llamado, ha corrido para transmitirlo también a otras naciones y pueblos, aspirando única y exclusivamente a su salvación y a la gloria de su Mesías, el Señor Jesucristo. Al bautismo de antaño de los pueblos eslavos orientales  le sucede en nuestros días el de muchísimos hombres que desconocen a Cristo en Asia, Oceanía, América y Europa.
                               
En la mente y el corazón de los hombres de nuestra época moderna, la de la secularización, la de la globalización y el desdén de todo, no cesa la “Búsqueda”. Se sigue buscando con insistencia al “Buscado”. Esta, además, es la obra por excelencia de la Iglesia de hoy: hacer viva continuamente la “Búsqueda” y el “Encuentro”; guiar al hombre moderno en primer lugar a la “Búsqueda” y después al “Encuentro” de Cristo Resucitado y presente en todas partes, el único Salvador y Redentor del mundo; vestir la desnudez y calentar la frialdad de los corazones con la Luz sin ocaso de la Resurrección del Verbo vivo de Dios, transformando continuamente la “Búsqueda” en “Encuentro” y el “Encuentro” en “Experiencia”, “la experiencia de la Resurrección”.

El Apóstol Andrés (cuyo nombre en griego significa “valentía”, “valor”), como hombre de fe profunda en el Encontrado por él, el “Buscado y Deseado” Mesías, ha traspasado estas características también a su Iglesia aquí en la Reina de las Ciudades, la cual, caminando sobre sus huellas e imitando su ejemplo, no ha murmurado jamás, sino que siempre está “preparada para los azotes” y repite la palabra paulina: “He aprendido a bastarme con lo que tengo… Todo lo puedo en Cristo que me conforta” (12). Andrés se distinguió también por su amplitud de miras, ya que no dudó en dirigir a Cristo a los griegos prosélitos del Judaísmo cuando estos pretendían a través Felipe encontrarse con Él y conocerlo (13), no limitándose a las estrechas concepciones de los judíos de aquella época.  Era hombre de un corazón grande, que no dudó jamás en tomar decisiones importantes y al mismo tiempo asumir las responsabilidades derivadas de sus decisiones (14). Y su Iglesia, la Santa y Grande Iglesia de Cristo, lo ha imitado en esta su amplitud de miras, porque es Patriarcado Ecuménico no solamente en el nombre, sino también en realidad. Esto queda demostrado no solo por la acción misionera y civilizadora del pasado y del presente, sino también por el amplio espectro de sus esfuerzos ecuménicos y de sus actividades intercristianas, y en los últimos tiempos también las ecológicas e interreligiosas. Claro testimonio de esto es la feliz presencia entre nosotros, en este sacratísimo momento, de los venerables representantes de la Iglesia de la Antigua Roma y de su Santísimo Primado, el Papa Benedicto XVI, bajo la jefatura del nuevo Presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la Unidad de los Cristianos, el Eminentísimo Señor Cardenal Kurt Koch, que ha copresidido con éxito el reciente Encuentro en Viena de la Comisión Internacional Mixta para el Diálogo Teológico entre las Iglesias Ortodoxa y Católica Romana, con el tema: “La Primacía en relación con la sinodalidad”. Nos congratulamos con Su Eminencia por su reciente nombramiento como Cardenal de la Santa Iglesia Romana. Lo acompañan los deseos y las oraciones de todos nosotros por el éxito de su difícil tarea.

Este año se cumplen 100 años del Encuentro de Edimburgo, 90 de la famosa Encíclica del Patriarcado Ecuménico del año 1920, 50 desde la fundación del Pontificio Consejo para la promoción de la Unidad de los Cristianos y 30 desde el inicio del Diálogo Teológico oficial entre las Iglesias Ortodoxa y Católica Romana, que comenzó, con la ayuda del Señor, con la tranquilidad, compunción y sacralidad de Patmos y continúa con la contribución insistente de la Iglesia Primada del Primer Llamado, que en Oriente es –a pesar de las nubes de discordia que se levantan en el curso del tiempo, incluso por parte de aquellos que no deberían– enclave entre las Iglesias Ortodoxas hermanas, coordinadora de sus acciones, portadora de su común expresión y centro de servicio ecuménico y de oración. Como ha acentuado un ex coadministrador suyo, el Trono Ecuménico “especialmente hoy permanece firmemente comprometido y absolutamente dedicado a su misión ecuménica, de modo que no deja de ejercitar su potestad canónica, que posee, en el concierto de las Iglesias Ortodoxas hermanas siempre en el ámbito del ya expresado significado de servicio en la sinodalidad fraterna” (15). El Patriarcado Ecuménico, como Iglesia Primada de la Ortodoxia, no es solamente el enclave entre las Iglesias Ortodoxas Autocéfalas locales, sino también el nudo de conexión entre Oriente y Occidente. Es el Gran Monasterio, la Gran Escuela del siempre luminoso Fanar (gr. ‘fanós’), el centro sacratísimo no solo de la oración “por la paz del mundo entero, la estabilidad de las santas iglesias de Dios y la unión de todos…”, sino también centro de continuo trabajo y fatigosa ofrenda para la reconciliación, la paz, la justicia y la unidad. No solamente hoy, sino desde siempre y en todas las direcciones.

Santísimo Padre y Señor,

Ha llegado el momento de que calle su sagrado Ambón Patriarcal para dejar paso a la celebración del Sacrificio incruento, para el que nos hemos reunido especialmente hoy aquí, en vuestra Venerable Iglesia Patriarcal. Para terminar, permítame servirme de las palabras, válidas también para el gran día de hoy, de Eugenio Búlgaris: “Hoy (las redes) han sido renovadas y preparadas; hoy justamente es la fiesta de Constantinopla; hoy ha recibido el debido agradecimiento el festejante; hoy han mostrado la debida gratitud los festejantes; y hoy, como también en otras muchas ocasiones, ha mostrado el cuidado que tiene para con los asuntos de la Iglesia nuestro gran Eclesiarca, honrando con una celebración oficial y brillante solemnidad al Primer Llamado amigo de Dios, primera autoridad de esta Iglesia tras la Primera por excelencia y primer fundamento suyo tras el Primero por excelencia” (16). “¡Qué incomparables son tus designios, Dios mío, qué inmensos en su conjunto!” (17).

¡Oh, Madre Iglesia de Constantinopla, gran fruto del gran Andrés! Desde el principio hasta el final sé magnifica, brilla y resplandece, elévate y sé honrada, sigue componiendo sínodos, publicando decretos, convalidando leyes, sé pastoreada por verdaderos “Padres, Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Predicadores, Evangelistas, Mártires, Confesores, Ascetas”. Y Tú, eficaz Timonel y pacifico Gobernador suyo, sigue enriqueciéndola con los frutos de la misión de su Primer Llamado Fundador y los resultados de sus luchas evangélicas, así como con sus propias luchas y agonías. Nosotros, todos sus hermanos e hijos, clérigos y laicos, nos comprometemos humilmente a ser co-cirineos, co-solidarios y co-luchadores suyos, porque  verdaderamente eres digno de ello; por eso si, con la ayuda de Dios, vuelven tiempos propicios, ello se debe en gran medida a Ti: “La presente situación de la Iglesia claramente lo muestra” (18).

¡Ad multos annos, Santísimo y Divinísimo Padre y Señor!

¡Ad multos annos, Santa y Gran Madre Iglesia de Cristo!

¡Ad multos annos, Reina de las Ciudades, y tú, bendito, sufriente y mártir pueblo Greco-Ortodoxo que habitas en ella, y toda la Romanidad!

¡Ad multos annos a todos nuestros padres y hermanos, y “buen encuentro” de la Natividad de Cristo, nuestro Salvador! ¡Así sea!


+ Metropolita Policarpo España y Portugal
Fanar, Venerable Iglesia Patriarcal, 30 de Noviembre de 2010


NOTAS

(1) Ekklisiastikí Alítheia Konstantinoupólews (Verdad Eclesiástica de Constantinopla) del año 1922, p. 485.

(2) Encíclica Patriarcal y Sinodal del Patriarca Ecuménico Serafín II (Disposición Canónica), en Konstantínos P. Thýmis, Eugenio Búlgaris (1716-1806), Deposito de Ethos Eclesiástico, Homilía Panegírica a San Andrés el Primer Llamado, Corfú 2009, pp. 106-107, col. 25-27.

(3) Ib. Cit., p. 107, col. 34-36.

(4) Theófanes Kerameus, Homilía 49, P.G. 132, 885 A.

(5) Eugenio Búlgaris, Homilía Panegírica a San Andrés el Primer Llamado, en Konstantínos P. Thýmis, ib. cit., p. 90, col. 2-3.

(6) Ver 1 Cor 15, 10.

(7) Eugenio Búlgaris, ib. cit., p. 97, col. 2-7.

(8) Ver 1 Cor 4,1 2-13.

(9) Juan 1, 41-42.

(10) Eugenio Búlgaris, ib. cit., p. 85, col. 22-26.

(11) ib. cit., p. 86, col. 9-10.

(12) Fil 4, 11-13

(13) ver Juan 12, 20 y siguiente 

(14) ver G. A. Jatziantonios, Oi Dódeka (Los Doce), Aenas 1955, pp. 29-30.

(15) Máximos, Metropolita de Sardes, El Patriarcado Ecuménico dentro la Iglesia Ortodoxa, Tesalónica 1972, pp. 352-353.

(16) Eugenio Búlgaris, ib. cit., p. 99, col. 19 y p. 100, col. 1

(17) Salm 138, 17


(18) Eugenio Búlgaris, ib. cit., p. 97, col. 5-7