lunes, 7 de noviembre de 2016

Mensaje del Patriarca Ecuménico para la Convención Marco de las Naciones Unidas Sobre el Cambio Climático (CMNUCC-COP22)


MENSAJE
de Su Santidad el Patriarca Ecuménico Bartolomé
para la sesión de la CMNUCC COP22
Marrakech (Marruecos), 7-18 de noviembre de 2016

La 22ª sesión de la Conferencia de las Partes sobre Cambio Climátoco es, de algún modo, una ocasión para celebrar que las naciones del mundo respondieron a la llamada urgente de París para que todos acometamos y acordemos en un clima de confianza el urgente desafío que tenemos por delante.

Por otro lado, la COP22 también es un doloroso recordatorio de que 197 partes han ratificado hoy una convención puesta en marcha tras la Cumbre de la Tierra de Río de 1992. Desde entonces, una serie de protocolos y acuerdos han dado como resultado numerosas negociaciones y decisiones a lo largo de veintidós sesiones internacionales de las convenciones de Naciones Unidas. Así p ues, por un lado hemos recorrido un largo camino, pero por otro lado hemos progresado poco. Desde luego no hemos pedido cuentas a nuestras naciones por las resoluciones alcanzadas ni por las violaciones que les han infligido.

Durante veintidós años, pues, los líderes y políticos mundiales han estado de acuerdo acerca de los problemas del cambio climático global y han mantenido innumerables consultas y conversaciones de alto nivel para atajar un problema que requiere medidas prácticas y una acción concreta.

Sin embargo, veintidós años son un período inaceptablemente largo de tiempo para responder a la crisis medioambiental, sobre todo cuando somos conscientes de su relación íntima e inseparable con la pobreza, las migraciones y los disturbios a nivel mundial.

Además, veintidós años son un período injustificablemente prolongado de tiempo para atajar la expansión de los combustibles fósiles, máxime cuando los científicos nos informan de que nos quedan menos de dos décadas, no solo para reducirlos, sino para sustituirlos por energías renovables.

Veintidós años son, de hecho, demasiados como para que los gobiernos continúen aplicando de manera apática las mismas políticas, las empresas den una pátina de ecologismo a su vieja forma de proceder y los individios sigan arrogantemente con las mismas prácticas.

Después de veintidós años, ya es hora -¡y de qué manera!- de que todos nosotros aprendamos a discernir los rostros humanos que se ven afectados por nuestros pecados ecológicos. No es solo cuestión de averiguar quién tiene la culpa y de pedirle resarcimiento. No es solo cuestión de si debemos cambiar y por qué. Y desde luego no es cuestión de cómo algunos pueden seguir lucrándose ni de cómo hacer lo mínimo posible al respecto.

Los seres humanos -todos, pero especialmente los más vulnerables y marginados de entre nosotros- son los que se ven injusta e irreversiblemente afectados. ¿Cómo puede, pues, nación alguna justificar el sufrimiento de su pueblo? ¿Cómo puede industria alguna defender la explotación de sus clientes? A menos que todos percibamos en nuestras actitudes y acciones, en nuestras deliberaciones y decisiones, los rostros de nuestros propios hijos -las generaciones presentes y futuras-, seguiremos prolongando y dejando para más adelante el desarrollo de una solución, y continuaremos obstruyendo y restringiendo su aplicación.

¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por obtener ganancias? ¿Cuántas vidas estamos dispuestos a sacrificar por el beneficio material o financiero? ¿A qué coste estamos dispuestos a echar a perder o impedir la supervivencia de la creación de Dios? Nuestra humilde pero audaz oración es que todas las partes de la COP22 reconozcan y respondan a los grandes desafíos que están en juego en lo que atañe al cambio climático. Una manera de hacerlo sería poner en práctica el acuerdo de la COP21 de París sin más dilación.

En el Patriarcado Ecuménico, a 3 de noviembre de 2016
✠ Bartolomé
Arzobispo de Constantinopla-Nueva Roma
y Patriarca Ecuménico