La Iglesia, compuesta de hombres pecadores pero redimidos mediante el Bautismo, siguiendo el ejemplo de los apóstoles Pedro y Pablo y de los otros apóstoles, ha continuado a lo largo de la historia, proclamando el mismo anuncio de la misericordia divina.
Así lo ha recordado el papa Francisco en la audiencia que ha tenido lugar, como es tradición, con la delegación del patriarcado ecuménico de Constantinopla, enviada por Bartolomé I y que ha llegado a Roma con ocasión para la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
En su discurso, el Pontífice ha asegurado que “reconocer que la experiencia de la misericordia de Dios es el vínculo que nos une” implica que cada vez hay que hacer de la misericordia más el “criterio de nuestras relaciones recíprocas”.
Por eso, ha subrayado que si católicos y ortodoxos quieren “proclamar juntos las maravillas de la misericordia de Dios al mundo entero” no se puede conservar entre unos y otros “sentimientos y actitudes de rivalidad, de desconfianza o de rencor”. La misericordia misma — ha precisado– nos libera del peso de un pasado marcado por conflictos y nos permite abrirnos al futuro hacia el cual el Espíritu Santo nos guía.
El Santo Padre, recordando que la Iglesia está viviendo el Año de la Misericordia, ha indicado que los santos Pedro y Pablo experimentaron “primero el pecado y después el poder de la misericordia divina”. A través de esta experiencia, Pedro, que había negado a su Maestro, y Pablo que perseguía la Iglesia naciente, “se convirtieron en incansables anunciadores y testigos sin miedo de la salvación ofrecida por Dios a cada hombre en Jesucristo”.
Asimismo, el Santo Padre ha indicado que celebrando la fiesta de los apóstoles, “renovamos la memoria de esa experiencia de perdón y de gracia que reúne a todos los creyentes en Cristo”.
Por otro lado, ha subrayado que existen, a partir de los primeros siglos, muchas diferencias entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla en ámbito litúrgico, en las disciplinas eclesiástica y también en la forma de formular la única verdad revelada.
Aun así, está siempre “la misma experiencia del amor infinito de Dios por nuestra pequeñez y fragilidad” y la “misma vocación a ser testigos de tal amor hacia todos”.
Por otro lado, ha explicado que una contribución a la superación de los obstáculos que impiden encontrar la unidad que se vivió en el primer milenio, y que nunca ha sido uniformidad, sino siempre comunión en el respeto de las legítimas diferencias, “es ofrecido por el diálogo teológico”.
Al respecto ha manifestado su alegría porque en el próximo mes de septiembre se reunirá nuevamente la comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa. Por eso ha pedido oraciones para que su trabajo sea fructífero.
Concluyendo su discurso, el Santo Padre ha recordado que el pasado mes de abril se reunió con Bartolomé I, junto al arzobispo de Atenas, su beatitud Jerónimo II, en la isla de Lesbos para visitar a los refugiados y migrantes.
“Ver la desesperación en el rostro de los hombres, mujeres y niños inseguros sobre su destino; escuchar impotente sus historias y detenerse en oración en la orilla de ese mar que se ha llevado la vida de tantos seres humanos inocentes, ha sido una experiencia muy conmovedora, que ha confirmado todo lo que queda todavía por hacer para asegurar la dignidad y justicia de tantos hermanos y hermanas”, ha afirmado el Santo Padre.
Pero, también ha asegurado que un gran consuelo en esos momentos tan tristes, fue “la fuerte cercanía humana y espiritual que experimenté con el patriarca Bartolomé y el arzobispo Jerónimo”. Por esta razón, ha aseverado que “guiados por el Espíritu Santo” se está tomando cada vez más conciencia de que católicos y ortodoxos, “tenemos una responsabilidad común en lo relacionado con los necesitados”. Asumir juntos esta responsabilidad –ha añadido– es un deber que toca la credibilidad misma de nuestro ser cristianos.
Para finalizar, el Pontífice ha hecho referencia al recién celebrado Concilio Panortodoxo, asegurando que les ha acompañado con la oración.
Fuente: www.zenit.org