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jueves, 16 de junio de 2016

La misión de la Iglesia ortodoxa en el mundo contemporáneo


SINAXIS DE LOS PRIMADOS ORTODOXOS
Chambésy, 21-28 de enero de 2016

DECISIÓN

La misión de la Iglesia ortodoxa en el mundo contemporáneo

La contribución de la Iglesia ortodoxa a la realización de la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad y el amor entre los pueblos y a la supresión de las discriminaciones raciales y de otro tipo.

La Iglesia de Cristo vive "en el mundo", pero "no es de este mundo" (Jn 17,11 y 14-15). La Iglesia constituye el signo y la imagen del reino de Dios en la historia, pues anuncia una "nueva criatura" (2 Cor 5,17), "unos nuevos cielos y una nueva tierra donde la justicia habita" (2 Pe 3,13), un mundo en el cual Dios "enjugará toda lágrima de sus ojos, y la muerte ya no será más; no habrá ni duelo, ni llanto, ni sufrimiento" (Apoc 21,4-5).

Esta espera ya es vivida y pregustada en la Iglesia, sobre todo cada vez que se celebra la Divina Eucaristía y se reúnen "en asamblea" (1 Cor 11,17) los hijos dispersos de Dios en un cuerpo sin distinción de raza, de sexo, de edad, de origen social o cualquier otra forma de distinción, allí donde "ya no hay judío ni griego, esclavo ni hombre libre, hombre ni mujer" (Gal 3,21; cf. también Col 3,11), en un mundo de reconciliación, de paz y de amor.

La Iglesia vive también esta pregustación de la "nueva criatura", del mundo transformado a través de sus Santos, que, mediante su virtud, se han convertido ya en esta vida en representaciones del reino de Dios, mostrando y garantizando así que la espera de un mundo de paz, de justicia y de amor no es una utopía, sino "una firme seguridad de las cosas que se esperan" (Heb 11,1) que es posible con la gracia de Dios y la lucha espiritual del hombre.

Continuamente inspirada por la espera y por esta pregustación del Reino de Dios, la Iglesia no permanece indiferente a los problemas del hombre de todas las épocas; al contrario, participa en su angustia y sus problemas existenciales, quitando, como su Señor, el dolor, las heridas suscitadas por el mal que obra en el mundo, y, como el buen Samaritano, venda sus llagas, aplicando aceite y vino (Lc 10,34) "mediante la palabra de paciencia y de consolación" (Rm 15,4; Heb 13,22) y mediante el amor activo. Su palabra hacia el mundo no tiene como objetivo principal denunciar, juzgar o condenar al mundo (Jn 3,17 y 12,47), sino procurarle como guía el Evangelio del Reino de Dios, la esperanza y la certeza de que el mal, bajo cualquier forma, no tiene la última palabra en la historia y que no hay que dejarle dirigir su curso.

Basándose en estos principios y gracias a la experiencia y la enseñanza de su tradición patrística, litúrgica y ascética, la Iglesia ortodoxa participa en la problemática y en la angustia que preocupan al hombre de nuestra época, deseando contribuir a su resolución para ofrecer al mundo la paz de Dios "que sobrepasa todo entendimiento" (Fil 4,7), la reconciliación y el amor.

A. El valor de la persona humana

1. El valor de la persona humana, que procede de la creación del hombre a imagen de Dios y su misión en el plan de Dios para el hombre y el mundo, fue la fuente de inspiración para los Padres de la Iglesia ortodoxa que se asomaron al misterio de la economía divina. San Gregorio el Teólogo subraya en este contexto que el Creador "ha colocado al hombre en la tierra como un segundo mundo, macrocosmos en el microcosmos, como otro ángel, ser doble creado para adorarlo, vigilante de la creación visible, iniciado del mundo inteligible, ser que reina sobre los seres de la tierra, [...] ser que vive en este mundo y aspira a otro, cumplimiento del misterio que se aproxima a Dios por la divinización" (Gregorio el Teólogo, Oratio 45,7. PG 36,632ab). El objetivo de la encarnación del Logos de Dios es la divinización del hombre. Cristo, renovando en sí mismo al antiguo Adán (cf. Ef 2,15), "divinizaba así al hombre entero, lo que constituía el principio del cumplimiento de nuestra esperanza" (Eusebio, Demostr. Evang. 4,14. PG 22,289A). Pues, así como en el antiguo Adán todo el género humano estaba ya contenido, del mismo modo en el nuevo Adán todo el género humano está recapitulado. ("El Hijo único de Dios se hizo hombre... para recapitular y restablecer a su estado original al género humano que estaba caído", Cirilo de Jerusalén, In Comm. In Joan. IX. PG 74,273D-275A). Esta enseñanza del cristianismo acerca de la sacralidad del género humano es la fuente inagotable de todo esfuerzo cristiano para salvaguardar el valor y la dignidad de la persona humana.

2. Sobre esta base, es indispensable promover en todas las direcciones la colaboración intercristiana para salvaguardar el valor del hombre y, por supuesto, igualmente el bien que es la paz, de manera que los esfuerzos pacíficos de los cristianos sin excepción adquieran más peso y fuerza.

3. El reconocimiento común del valor eminente de la persona humana puede servir de presupuesto a una colaboración más amplia en este campo. Las Iglesias ortodoxas son llamadas a contribuir a la concertación y a la colaboración interreligiosas y, por medio de ello, a la supresión del fanatismo por todas las partes; así obrarán a favor de la reconciliación de los pueblos y del triunfo de los bienes que constituyen la libertad y la paz en el mundo, al servicio del hombre, independientemente de las razas y las religiones. Por supuesto, esta colaboración excluye todo sincretismo y todo intento de cualquier religión de imponerse a las demás.

4. Estamos persuadidos de que, asociados a la obra de Dios, podemos progresar en este ministerio común con todos los hombres de buena voluntad que se consagran a la búsqueda de la paz en Dios para bien de la comunidad humana, tanto a nivel local como nacional e internacional. Este ministerio es un mandamiento de Dios (Mt 5,9).

B. Libertad y responsabilidad

1. El don divino de la libertad es uno de los más grandes otorgados al hombre, libertad entendida tanto como portadora concreta de la imagen de un Dios personal como comunión de personas que reflejan por la gracia, a través de la unidad del género humano, la vida en la Santa Trinidad y la comunión de las Tres Personas. "Dios creó al hombre inicialmente libre y le dio el libre albedrío, con la única restricción de la ley del mandamiento" (Gregorio el Teólogo, Oratio XIV, 25. PG 35,892A). La libertad hace que el hombre sea capaz de progresar indefinidamente hacia la perfección espiritual, pero, al mismo tiempo, implica el peligro de la desobediencia, el riesgo de la independencia de Dios y, por consiguiente, de la caída, de donde proceden las consecuencias trágicas del mal en el mundo.

2. Las consecuencias de este mal son las imperfecciones y las faltas propias de nuestro tiempo, como la secularización, la violencia, el relajamiento de las costumbres, los fenómenos malsanos generados por el flagelo de las drogas y otras adicciones en una parte de la juventud contemporánea, el racismo, las armas, las guerras y los males sociales causados por ellas, la opresión de grupos sociales, de comunidades religiosas, de pueblos enteros, las desigualdades sociales, la limitación de los derechos humanos en el campo de la libertad de conciencia y particularmente de la libertad religiosa, la desinformación y la manipulación de la opinión pública, la miseria económica, la injusticia en el reparto de los bienes elementales para la vida, el hambre de millones de personas malnutridas, las deportaciones violentas, el injusto desplazamiento de poblaciones, el problema agudo de los refugiados, la destrucción del medio ambiente, la utilización incontrolada de la biotecnología genética y de la biomedicina en relación con el comienzo, la duración y el fin de la vida humana. Todo esto supone la angustia infinita en la que se debate la humanidad de nuestros días.

3. Frente a esta situación, que ha conducido al debilitamiento del concepto de persona humana, el deber de la Iglesia ortodoxa consiste hoy en hacer valer, a través de su predicación, su teología, su culto y su actividad pastoral, la verdad de la libertad en Cristo. "Todo está permitido, pero no todo es útil; todo está permitido, pero no todo edifica. Que nadie busque su propio interés, sino el del prójimo. Hablo aquí, no de vuestra conciencia, sino de la del otro. ¿Por qué, en efecto, va a ser juzgada mi libertad por una conciencia ajena?" (1 Cor 10,23-24; 10,29). La libertad sin responsabilidad y sin amor conduce finalmente a la pérdida de libertad.

C. Sobre la paz y la justicia

1. La Iglesia ortodoxa reconoce y subraya diacrónicamente el lugar central de la paz y de la justicia en la vida humana. La revelación misma en Cristo está caracterizada como "evangelio de paz" (Ef 6,15), pues Cristo, "al instaurar la paz por la sangre de su Cruz (Col 1,20), ha venido a proclamar la paz, paz para vosotros que estabais lejos, paz para los que estaban cerca (Ef 2,17)". Él se ha convertido en "nuestra paz" (Ef 2,14). Esta paz "que sobrepasa todo entendimiento" (Fil 4,7) es, como Cristo mismo les dijo a sus apóstoles antes de su Pasión, más amplia y más esencial que la prometida por el mundo: "La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da" (Jn 14,27). Puesto que la paz de Cristo es el fruto maduro de la recapitulación de todas las cosas en Él; del valor y de la grandeza de la persona humana, en tanto que imagen de Dios; de la manifestación de la unidad orgánica del género humano y del mundo en Cristo; de la universalidad de los ideales de paz, libertad y justicia social; y en fin de la fecundidad del amor cristiano entre los hombres y los pueblos. La verdadera paz es fruto del triunfo sobre la tierra de todos estos ideales cristianos. Es la paz que viene de lo alto que la Iglesia ortodoxa pide siempre en sus oraciones cotidianas, rogándole a Dios que todo lo puede y que escucha las oraciones de los que a Él acuden con fe.

2. Lo dicho hasta ahora muestra claramente por qué la Iglesia, en tanto que "cuerpo de Cristo" (1 Cor 12,27), reza siempre por la paz del mundo entero, que, según Clemente de Alejandría, es sinónimo de la justicia (Str. 4,25. PG 8,1369B-72A). Basilio el Grande añade: "No puedo convencerme de que soy digno de ser llamado servidor de Jesucristo si no estoy dispuesto a amar a los otros y a vivir en paz con todo el mundo, al menos por lo que de mí depende" (Epist. 203,1. PG 32,737B). Esto es, como el mismo Padre menciona, tan natural para el cristiano que podría afirmarse que "no hay nada más específicamente cristiano que obrar en favor de la paz" (Epist. 114. PG 32,528B). La paz de Cristo es la fuerza mística que encuentra su fuente en la reconciliación del hombre con su Padre celestial "gracias a la providencia de Jesús que obra todo en todos, crea una paz indecible predestinada desde el principio de los siglos, nos reconcilia con sí mismo y, a través de Él, con el Padre" (Dionisio el Aeropagita, De nom. div. 11,5. PG 3,953AB).

3. Debemos subrayar al mismo tiempo que los dones espirituales de la paz y la justicia dependen también de la sinergia humana. El Espíritu Santo concede los dones espirituales cuando el hombre busca en el arrepentimiento la paz y la justicia de Dios. Estos dones de la paz y la justicia se realizan allí donde los cristianos hacen esfuerzos en favor de la fe, del amor y de la esperanza en Jesucristo nuestro Señor (1 Tes 1,3).

4. El pecado es una enfermedad espiritual cuyos síntomas visibles son las agitaciones, las discordias, los crímenes y las guerras con sus trágicas consecuencias. La Iglesia intenta curar no solo los síntomas visibles de esta enfermedad, sino también la enfermedad misma, el pecado.

5. Al mismo tiempo, la Iglesia ortodoxa piensa que es su deber apoyar todo lo que esté realmente al servicio de la paz (cf. Rm 14,19) y que abra el camino hacia la justicia, la fraternidad, la verdadera libertad y el amor mutuo de todos los hijos del único Padre celestial, así como de todos los pueblos que constituyen una sola familia humana. La Iglesia sufre con todas las personas que, en diferentes partes del mundo, están privadas de los bienes de la paz y la justicia.

D. La paz y la prevención de la guerra

1. La Iglesia de Cristo condena la guerra de manera general, pues la considera consecuencia del mal y del pecado en el mundo. "¿De dónde vienen las luchas y las querellas entre vosotros? ¿No es acaso de vuestras pasiones, que combaten en vuestros miembros?" (St 4,1). Toda guerra constituye una amenaza destructiva para la creación y la vida. Sobre todo en el caso de las guerras con armas de destrucción masiva, las consecuencias serían terroríficas, no solo porque causarían la muerte de un número incalculable de seres humanos, sino porque la vida de los supervivientes se haría insoportable. Aparecerían enfermedades incurables, y se provocarían mutaciones genéticas y otros males que afectarían gravemente a las generaciones futuras. Pero no solo el armamento nuclear es peligroso, sino también el químico y el biológico, así como toda otra forma de armamento que suscite una ilusión de supremacía y dominación sobre el mundo circundante. Este tipo de armamento crea un clima de miedo y de falta de confianza y se convierte en causa de una nueva carrera armamentística.

2. La Iglesia ortodoxa, al considerar principalmente la guerra una consecuencia del mal y del pecado en el mundo, apoya toda iniciativa y todo esfuerzo para evitar o prevenir la guerra a través del diálogo y cualquier otro medio adecuado. En caso de que la guerra sea inevitable, la Iglesia sigue orando y cuidando pastoralmente de sus hijos que están implicados en conflictos armados para defender su vida y su libertad, haciendo todo tipo de esfuerzos para que el restablecimiento de la paz tenga lugar lo antes posible.

3. La Iglesia ortodoxa condena firmemente todo tipo de conflictos y guerras motivados por el fanatismo derivado de principios religiosos. La tendencia creciente e incesante de represión y persecuciones de los cristianos y de otras comunidades a causa de su fe en el Oriente Próximo y otras partes del mundo, así como el desarraigo del cristianismo de su cuna histórica, suscitan una profunda preocupación. Así se ven amenazadas las relaciones interreligiosas existentes, y al mismo tiempo muchos cristianos se ven forzados a abandonar sus patrias. Los ortodoxos del mundo entero se solidarizan con sus hermanos cristianos y con todos los otros perseguidos en esa región y apelan a encontrar una solución equitativa y permanente a los problemas de la región. La Iglesia ortodoxa condena igualmente las guerras suscitadas por el nacionalismo y las que provocan depuraciones étnicas, cambios de fronteras y la ocupación de territorios.

E. La Iglesia ortodoxa ante las discriminaciones

1. El Señor, "Rey de justicia" (cf. Heb 7,2-3), desaprueba la violencia y la injusticia (cf. Sal 10,5) y condena el comportamiento inhumano hacia el prójimo (cf. Mc 25,41-46 y St 2,15-16). En su reino -cuya imagen y presencia en este mundo es la Iglesia- no hay lugar ni para el odio entre las naciones ni para la enemistad y la intolerancia (cf. Is 11,6 y Rm 12,10).

2. La postura de la Iglesia ortodoxa a este respecto es clarísima: la Iglesia ortodoxa cree que Dios "a partir de un solo hombre creó a todos los pueblos para habitar toda la superficie de la tierra" (Hch 17,26) y que en Cristo "ya no hay judío ni griego, esclavo ni hombre libre, hombre ni mujer, pues todos vosotros sois uno" (Gal 3,28). A la pregunta de "¿quién es mi prójimo?", Cristo respondió con la parábola del buen Samaritano (Lc 10,25-37). También nos ha enseñado a abolir toda barrera de enemistad y prejuicios. La Iglesia ortodoxa confiesa que todo ser humano -independientemente de su color, de su religión, de su raza, de su nacionalidad o lengua- es creado a imagen y semejanza de Dios y disfruta de los mismos derechos en la sociedad. Conforme a su fe, la Iglesia rechaza la discriminación bajo las formas arriba enumeradas, que suponen una distinción en la dignidad entre personas.

3. La Iglesia, respetando los principios de los derechos humanos y de la igualdad de trato de los hombres, busca la aplicación de estos principios a la luz de su doctrina sobre los sacramentos, la familia, el lugar del hombre y de la mujer en la Iglesia y los valores de la tradición eclesial en general. La Iglesia se reserva el derecho de dar testimonio -y así lo hace- de su doctrina en el espacio público.

F. La misión de la Iglesia ortodoxa como testimonio de amor en la diaconía

1. Cumpliendo su misión de salvación en el mundo, la Iglesia ortodoxa cuida activamente de todos los que necesitan ayuda, de los hambrientos, de los necesitados, de los enfermos, de los impedidos, de las personas de edad, de los oprimidos, de los cautivos, de los presos, de los sin techo, de los huérfanos, de las víctimas de catástrofes y de conflictos armados o del tráfico de seres humanos y de toda forma de esclavitud de nuestra época. Los esfuerzos de la Iglesia ortodoxa para superar la extrema miseria y la injusticia social son una expresión de su fe y un servicio prestado al Señor mismo, que se identifica con todos los hombres desgraciados e indigentes: "Todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos pequeños me lo hicisteis a mí" (Mt 25,40). La Iglesia puede cooperar con todas las instituciones sociales en toda la diversidad de su ministerio social.

2. Los antagonismos y las hostilidades que reinan en el mundo suscitan además la injusticia y la desigualdad en la participación de los hombres y de las naciones de los bienes de la divina Creación. Privan a millones de personas de los bienes de primera necesidad y conducen al empobrecimiento de la personalidad humana. Provocan emigraciones masivas de poblaciones, hacen nacer conflictos étnicos, religiosos y sociales que amenazan la cohesión interna de las sociedades.

3. La Iglesia no puede permanecer indiferente a los procesos económicos que influyen de manera negativa a toda la humanidad. Insiste en la necesidad de construir la economía sobre principios morales y que los hombres se vean ayudados por ella en la práctica, siguiendo la enseñanza del apóstol Pablo: "en todo os he enseñado que trabajando así se debe ayudar a los necesitados, y recordad las palabras del Señor Jesús, que dijo: 'más bienaventurado es dar que recibir'" (Hch 20,35). San Basilio el Grande escribe que "el objetivo que cada uno debe tener en su trabajo es, pues, ayudar a los indigentes, y no satisfacer sus propias necesidades" (San Basilio el Grande, Grandes Reglas, 42. PG 31,1025A).

4. La brecha entre ricos y pobres se agranda dramáticamente a causa de la crisis económica, que de ordinario es resultado de una especulación desenfrenada de parte de ciertos dirigentes financieros, de la acumulación de la riqueza en manos de un pequeño número de personas y de una actividad económica falseada, que, al estar privada de justicia y de sensibilidad humana, no sirve finalmente para las necesidades de la humanidad. Una economía viable es una economía que combina la eficacia con la justicia y la solidaridad social.

5. En estas condiciones trágicas, se puede comprender la inmensa responsabilidad de la Iglesia en la lucha contra el hambre y toda forma de miseria que hacen estragos en el mundo. Este fenómeno de nuestra época, en la cual los países viven en un sistema de economía mundializada, revela la grave crisis de identidad del mundo moderno, porque el hambre no solo pone en peligro el don divino de la vida de pueblos enteros, sino que afecta también a la grandeza y la sacralidad de la persona humana, y al mismo tiempo ultraja a Dios mismo. Por este motivo, si el cuidado de nuestra propia alimentación es un sujeto material, el cuidado de la alimentación de nuestro prójimo es un sujeto de orden espiritual (St 2,14-18). Constituye, pues, un deber para todas las Iglesias ortodoxas mostrarse solidarias y organizar su ayuda de manera eficaz a los hermanos necesitados.

6. La Santa Iglesia de Cristo, en su cuerpo católico que incluye en su seno a numerosos pueblos, propone el principio de la solidaridad humana y aprueba una más amplia colaboración de los pueblos y los Estados para la resolución pacífica de los conflictos.

7. La creciente imposición a la humanidad de un modo de vida cada vez más consumista, privado de todo apoyo en los valores morales cristianos, suscita preocupaciones a la Iglesia. En este sentido, este consumismo, combinado con la globalización secularizada, tiende a conducir a los pueblos a la pérdida de sus raíces espirituales, de su memoria histórica, y al olvido de las tradiciones.

8. Los medios de comunicación caen a menudo bajo el control de la ideología del globalismo liberal y se convierten en promotores de la ideología de consumo e inmoralidad. Los casos de trato irrespetuoso, e incluso blasfemo, de valores religiosos, que provoca discordias y revueltas en la sociedad, suscitan una inquietud particular. La Iglesia previene a sus fieles del peligro de manipulación de las conciencias por los medios de comunicación y de su uso, no para el acercamiento de los hombres y de los pueblos, sino para manipularlos.

9. La Iglesia se enfrenta cada vez más en la difusión de su doctrina y en el cumplimiento de su misión salvadora de la humanidad con manifestaciones de la ideología de la secularización. La Iglesia de Cristo en el mundo está invitada a expresar y a presentar su testimonio profético al mundo apoyándose en la experiencia de la fe y recordando de este modo su verdadera misión para con el pueblo, "proclamando" el Reino de Dios y cultivando la conciencia de unidad de su rebaño. Amplias perspectivas se abren así ante ella, pues, en tanto que elemento esencial de su enseñanza eclesiológica, presenta al mundo fragmentado la comunión y la unidad eucarística.

10. La voluntad de un crecimiento constante del bienestar y el consumo desenfrenado provocan inevitablemente una utilización desproporcionada de los recursos naturales y su agotamiento. El mundo, creado por Dios para ser cultivado y guardado por el hombre (cf. Gen 2,15), sufre las consecuencias del pecado humano: "Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora" (Rm 8,20-22). La crisis ecológica actual está vinculada a los cambios climáticos y al calentamiento de la tierra, y hace imperativa la obligación de la Iglesia de contribuir, por los medios espirituales de los que dispone, a la protección de la creación de Dios contra los efectos de la avidez humana. La avidez de satisfacer las necesidades materiales conduce al empobrecimiento espiritual del hombre y a la destrucción del medio ambiente. No hay que olvidar que la riqueza natural de la tierra no es propiedad del hombre, sino del Creador: "Al Señor pertenece la tierra y todo lo que en ella hay, el mundo y todos los que lo habitan (Sal 23,1). Así pues, la Iglesia ortodoxa subraya la protección de la creación de Dios cultivando el sentido de responsabilidad hacia el medio ambiente, que es don de Dios, proponiendo las virtudes de la frugalidad y la moderación. Debemos recordar que no solo las generaciones actuales, sino también las venideras, tienen derecho a los bienes naturales que nos ha dado el Creador.

11. Para la Iglesia ortodoxa, la capacidad de investigación científica en el mundo constituye un don de Dios al hombre. Pero, al mismo tiempo, en esta afirmación, la Iglesia ortodoxa subraya los peligros que esconde la utilización de ciertos hallazgos científicos. La Iglesia considera que el científico es libre de hacer sus investigaciones, pero que debe ponerles un límite cuando los principios cristianos y humanos son violados. (S. Pablo: "Todo me está permitido, pero no todo me conviene" (1 Cor 6,12) y Gregorio el Teólogo: "El bien deja de ser bien si los medios son malos" (Or. Teol. I, 4. PG 36,16C)). Esta percepción de la Iglesia demuestra ser indispensable para delimitar correctamente la libertad y para poner en valor los frutos de la ciencia, para la cual se prevén hallazgos en casi todos los campos, en particular el de la biología, pero no desprovistos de peligros. Por eso la Iglesia subraya el carácter incontestablemente sagrado de la vida humana, desde su concepción a la muerte natural.

12. A lo largo de estos últimos años se observa el desarrollo fulgurante de las biociencias y de la biotecnología, que está vinculada con ellas, con numerosos hallazgos, un gran número de los cuales es considerado benéfico para el hombre, aunque otros presenten dilemas de naturaleza moral o sean considerados rechazables. La Iglesia ortodoxa considera que el hombre no es simplemente un conjunto de células, tejidos y órganos, y que no se encuentra únicamente determinado por factores biológicos. El hombre ha sido creado a imagen de Dios (Gen 1,27), y ha de ser tratado con el debido respeto. El reconocimiento de este principio fundamental lleva a la conclusión de que, tanto de cara a la investigación científica como a la aplicación práctica de los nuevos descubrimientos e inventos, hay que salvaguardar el derecho absoluto de todo hombre a ser tratado con respecto y honor en cada fase de su vida, así como la voluntad de Dios tal y como fue revelada en la creación. La investigación debe tener en cuenta los principios morales y espirituales de la vida y los valores y costumbres cristianos. Igualmente hay que manifestar el respeto indispensable a toda la creación de Dios, tanto de cara a su uso por parte del hombre como a la hora de investigar, según el mandamiento que Dios le ha dado (cf. Gen 2,15).

13. En estos tiempos de secularización, se observa particularmente la aparición de la necesidad de exaltar la importancia de la santidad de la vida bajo la óptica de la crisis espiritual que caracteriza a la civilización moderna. La confusión entre libertad y libertinaje conduce al aumento de la criminalidad, a la destrucción y a la profanación de los santuarios y a la desaparición del respeto por la libertad del prójimo y por la sacralidad de la vida. La tradición ortodoxa, habiéndose formado a través de la experiencia práctica de las verdades cristianas, es portadora de espiritualidad y de moral ascética, que hay que exaltar y promover sobre todo en nuestros días.

14. El cuidado pastoral especial de la Iglesia por la juventud se busca sin descanso, teniendo como objetivo su educación en Cristo. El prolongamiento de la responsabilidad pastoral de la Iglesia a la institución divina de la familia va de suyo, pues siempre y de manera necesaria se ha apoyado en la santidad del sacramento del matrimonio cristiano en tanto que unión de un hombre y una mujer, que representa la unión de Cristo y de su Iglesia (Ef 5,32). Esto no pierde su actualidad en vista de los intentos de legalización en algunos países y de justificación teológica en algunas comunidades cristianas de formas de cohabitación opuestas a la tradición y a la doctrina cristianas.

15. En la época contemporánea, como en todos los tiempos, la voz profética y pastoral de la Iglesia se dirige al corazón del hombre y lo exhorta, con el apóstol Pablo, a adoptar y a vivir "todo lo que es noble, justo, puro, digno de ser amado, de ser honrado" (Fil 4,7), el amor sacrificial de su Señor Crucificado, el único camino hacia un mundo de paz, de justicia, de libertad y de amor entre los hombres y los pueblos.

Chambésy, 26 de enero de 2016

† El Patriarca Ecuménico Bartolomé, Presidente
† El Patriarca de Alejandría Teodoro II
† En nombre del Patriarca de Antioquía Juan X,
el Metropolita Isaac
† El Patriarca de Jerusalén Teófilo III
† El Patriarca de Moscú y de toda Rusia Cirilo
† El Patriarca de Serbia Ireneo
† El Patriarca de Rumanía Daniel
† El Patriarca de Bulgaria Neófito
† El Patriarca de Georgia Elías II
† El Arzobispo de Nueva Justiniana y todo Chipre Crisóstomo II
† En nombre del Arzobispo de Atenas y toda Grecia Jerónimo II,
el metropolita Germán de Elis
† En nombre del Metropolita de Varsovia y toda Polonia Sabas,
el Obispo Jorge de Siemiatycze
† El Arzobispo de Tirana y toda Albania Anastasio
† El Arzobispo de Prešov y de toda Chequia y de Eslovaquia Rastislao