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miércoles, 13 de enero de 2016

Participación de nuestra Metrópolis en un acto navideño ecuménico en Madrid


El pasado 21 de diciembre, tuvo lugar en Madrid una celebración ecuménica de Adviento y Navidad organizada por el FORO ECUMÉNICO PENTECOSTÉS. El acto se celebró en la Iglesia evangélica de habla alemana, FRIEDENSKIRCHE, Iglesia de la paz, en el P.º de la Castellana, 6.

La celebración consistió en una vigilia de oración al final del camino de preparación a la Navidad que el Adviento nos ha ofrecido a todas las confesiones cristianas. Próxima la llegada del Señor Jesús, fuimos invitados a descubrir su presencia encarnada en medio de nosotros, en el sufrimiento de tantos hermanos sometidos al desgarrador empobrecimiento que están provocado las diferentes crisis de nuestro tiempo: guerras, terrorismo, crisis ideológica, ética y económica. Hoy, los cristianos somos urgidos a compartir la Luz de Cristo en medio de las oscuridades de nuestro mundo, a transmitir esperanza a través del testimonio de servicio y unidad en la diversidad, en coherencia con las exigencias evangélicas.

Esta vez, la corona del Adviento estaba presente en medio de nosotros a través de una gran corona de punzantes espinas, desnuda, despojada de todo signo de vida.

El padre Mariano Perrón, exdelegado episcopal de Relaciones Interconfesionales, hizo una breve presentación del significado de esta corona de espinas, símbolo de tantas realidades humanas hirientes y punzantes, despojada de todo signo de vida como expresión también de la naturaleza herida que, con dolores de parto, se abre a la esperanza y a la vida que viene de lo alto. Mariano, en su presentación, nos ofreció dos citas bíblicas para iluminar y anticipar el misterio que íbamos a celebrar en la Navidad: el valle de huesos, y la parábola del buen samaritano.

Acogiendo las zonas de oscuridad de nuestro mundo, comenzamos la vigilia con el canto: Sé mi luz, enciende mi noche, de Ain Karen. A continuación, recitamos juntos el himno Phos Hilaron, “Oh Luz gozosa”, el himno más antiguo cristiano, originariamente escrito en griego [1].

En el momento de la liturgia de la luz, cada una de las cuatro tradiciones cristianas, presentes en la vigilia, encendió una vela sobre las espinas de la corona con el deseo de que la Luz de Cristo iluminara cuatro de las realidades de oscuridad y tiniebla en que la humanidad se encuentra sumergida. 

La primeramente vela fue encendida por miembros perteneciente a la Comunión Anglicana: D. Mathew Phipps, diácono de Saint George’s Anglican Church, de Madrid, y el pastor Juan Larios de la IERE (Iglesia Española Reformada Episcopal), que pidieron que la Luz de Cristo ilumine las situaciones de violencia y de guerra, y traiga la deseada paz..

Dios del Universo, permítenos, por tu Luz, conocer nuestro mundo para que seamos capaces de discernir sus obras. Impide la violencia, y defiende a los que son sus víctimas. Guía a los líderes de las naciones para que sepan gobernar con justicia, atentos a los más débiles. Danos tu gracia para orar incluso por los que buscan dañarnos.

El Evangelio de Jesús nos asegura que es posible construir una sociedad desde el amor. Es posible domesticar el monstruo que llevamos dentro. Es posible la paz. Pero la Paz, con mayúscula, entendida como la entendieron nuestros padres en la fe. La Paz como aglutinante de todas las bondades de la salvación. La Paz que se desvive por el bien del otro. La paz que consigue la armonía en uno mismo, y en la relación con los demás. 

Señor de la Paz, como tú nos diste la luz para iluminar nuestro camino y sacarnos de la oscuridad, haznos instrumentos de tu Luz y de tu Paz. Confesamos el odio y la ira que nos atrapa. Pedimos por la Iglesia, que a través de la unidad pueda ser signo de Paz. Pedimos por todos los que defienden y mantienen la paz y la seguridad de nuestro mundo.

El encendido de la segunda vela correspondió a la Iglesia Evangélica. El Rvdo. D. Simon Döbrich, párroco de la Iglesia evangélica de habla alemana, al encender la vela, pidió que la Luz de Cristo ilumine las situaciones de crisis y pobreza, y traiga al mundo la Justicia abriéndonos a la acogida y a la hospitalidad. 

Cuando pensamos en el misterio de la Navidad, vemos que María y José caminan juntos hacia Belén. Y no son ellos los únicos que caminan. Todos los relatos del Antiguo Testamento están llenos de personas, de pueblos en camino. Desde la historia de Moisés hasta la historia de Jesús, la Palabra de Dios nos habla de personas en camino. 

Hoy, de nuevo, las personas, y hasta pueblos enteros, están en camino. Europa está afrontando la llegada de la mayor cantidad de refugiados de su historia moderna, sin saber cómo gestionar esta dramática situación.

A Alemania han llegado, durante este año, 800.000 refugiados; muchos países de Europa no saben cómo manejar esta situación. En medio de esta tragedia humana, ¿cómo hacer creíble que Dios acompaña a su pueblo?

Nos encontramos ante el drama de millones de seres humanos que buscan refugio. Ante este hecho, vienen a nuestro recuerdo las imágenes bíblicas, que nos interpelan y nos dan luz. Nuestra obligación es ayudar y socorrer a estos hermanos. 

Alemania ya lo está haciendo. Pedimos a Dios que también otros países europeos sigan su ejemplo, y cumplan el mandato bíblico de acompañar y dar hospitalidad al extranjero y al emigrante.

La tercera vela fue encendida por el archimandrita P. Demetrio R. Sáez, vicario metropolitano para Madrid de la Iglesia Ortodoxa, del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla.

Al encender esta vela, quiso acercar su Luz a toda la creación, tan maltratada hoy por una gran parte de la humanidad, y recordó que Dios, por su amor y misericordia, creó todo libremente, llevándolo de la nada al ser. Deseoso de ofrecer a otros seres el poder participar de su vida divina, trajo todo a la existencia. Sin tener necesidad del mundo, quiso que su gloria fuera recibida por otros, y creó a esos otros de la nada de manera soberana y gratuita. Habiendo plasmado al hombre de la tierra, lo honró con su propia imagen, prometiéndole la vida inmortal si observaba sus mandamientos, pero este, seducido por la idea de una autodivinización, dejó de reconocer a Dios como su creador, y fue reducido a su condición primigenia, pasando de rey de la creación a depredador del mundo. Sin embargo, Dios no abandonó la obra de sus manos, sino que dispuso la salvación por medio de su propio Hijo, que, con su muerte, nos adquirió como pueblo de su pertenencia, sacerdocio real y nación santa. 

La cuarta vela correspondió a la Iglesia Católica Romana. D. Carlos Jesús Delgado Reguera, vicepresidente de La Comisión Diocesana Justicia y Paz del Arzobispado de Madrid y coordinador del Foro Ecuménico Pentecostés, oró para que la Luz de Cristo ilumine las tinieblas de la división, de la ruptura, de la separación entre personas y naciones, entre las familias y entre las religiones. 

Al encender la vela, oró diciendo: Dios, Padre bueno, encendemos esta cuarta vela invocando tu Santo Espíritu de unidad, para que la luz de Cristo nos ayude a restaurar la unidad entre el ser humano y Dios, consigo mismo y con el prójimo.

Padre Bueno, te presentamos:
* Las rupturas del ser humano en su relación contigo.
* Las divisiones entre las naciones.
* Los más de 33 muros de la vergüenza levantados entre pueblos y países. 
* Las rupturas de tantas parejas, casadas o parejas de hecho, que aumenta de día en día.
* Nuestras divisiones entre cristianos…
* Ayúdanos a caminar juntos:
* Para dar testimonio de tu amor, viviendo la amistad y la fraternidad los unos con los otros.
* Para ofrecer la reconciliación con Dios, y llevar esperanza a los no creyentes, proclamando sin miedo tu Evangelio.
* Siendo mediadores de tu amor entre las familias con problemas.
* Colaborando juntos en proyectos que ayuden a eliminar las barreras sociales.
* Mostrando a la humanidad que la religión debe ser un camino hacia la paz, la fraternidad y la armonía.
* Para ser LUZ que brilla y SAL que sala en medio de las situaciones desabridas de nuestro mundo.

Al finalizar esta breve oración, Carlos Jesús nos invitó a pasarnos esta vela encendida "de la unidad” como gesto de paz y de bendición, invitando con ello a dejar que esa luz ilumine lo que en cada uno de nosotros impide crear fraternidad. 

La liturgia de la Palabra estuvo centrada en el texto de Juan 1,1-18 
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Finalizada la liturgia de la Palabra se dio paso al rito de revestimiento de la corona con brotes de ramas verdes.

Inmaculada González, presidenta de la Asociación Ecuménica Internacional, introdujo este momento diciendo: Esta corona de espinas que contemplamos en medio de nosotros, despojada del verdor de la vida, trae a nuestra oración el sufrimiento y los desiertos de la humanidad, pero el Adviento nos recuerda que, en medio de la noche, el pueblo que caminaba en el desierto vio brillar una gran luz, y que Cristo es la fuente de agua viva que ha venido y viene para regar nuestros desiertos y darnos vida, y vida abundante. 

La Palabra de Dios es la fuente de agua viva en la que hemos bebido el agua que brota hasta la vida eterna, es la lluvia que viene de lo alto para fecundar nuestra tierra árida y sedienta. En esta Navidad, Dios mismo viene a nosotros para transformar nuestros desiertos en vergeles florecientes, abriéndonos a la esperanza (Isaías 35,1-6).

1 - ¡Que se alegre la estepa y el sequedal, que exulte el desierto y florezca! ¡Ánimo!, no temáis, que viene vuestro Dios… 4. y viene en persona a salvaros.

6 - Pues manarán aguas en la estepa, habrá torrenteras en el desierto; el páramo se convertirá en estanque, y el país árido en lugar de manantiales. 

La Palabra de Dios en Isaías 41,17-20 nos confirmaba en que nuestros desiertos pueden ser transformados.

En vano los pobres buscan agua, la sed reseca su lengua. Yo, el Señor, les respondo. Como Dios de Israel no os abandono. 18. Abriré canales en cumbres peladas, fuentes en medio de los valles; transformaré la estepa en estanque, la tierra desierta en manantiales.
Llenaré la estepa de cedros, de acacias, mirtos y olivos; plantaré en el desierto cipreses, y, a la vez, olmos y abetos. Para que así vean y entiendan, y a la vez se fijen y aprendan que lo ha hecho la mano del Señor, lo ha creado el Santo de Israel. 

Acogiendo la Palabra esperanzadora del profeta, fuimos invitados a descubrir los brotes de vida nueva que existen a nuestro alrededor, fruto del amor misericordioso de nuestro Dios, dando gracias por ellos a Dios, y cubriendo con ramas verdes la corona de espinas.

Este gesto sencillo y entrañable nos hizo percibir cuánta vida había en medio de nosotros.

Gracias por los encuentros fraternos de oración ecuménica que en las vísperas de la Navidad nos han convocado y reunido repetidas veces, centrando nuestra cabeza y nuestro corazón en el que es la fuente de Vida y la razón de nuestra unidad; gracias por aquellos matrimonios que han sabido resistir ante la dificultad, y que han hecho que triunfe el amor. Gracias por la Iglesia, que nos ha ofrecido la oportunidad de encontrarnos con Jesús y conocerlo. Gracias, gracias… fue repitiendo cada uno desde lo hondo del corazón.

Al terminar la oración, la corona se había convertido en verdadero vergel lleno de Luz y de Vida, las espinas habían sido cubiertas por el tejido hecho de oración fraterna agradecida.

Concluimos la vigilia recitando juntos el texto de la Colecta anglicana de Adviento y el rezo del Padre nuestro.

Dios todopoderoso,
concédenos tu gracia 
para que rechacemos las obras de la oscuridad,
y nos pongamos la armadura de la luz,
ahora, durante esta vida mortal
a la que vino tu Hijo Jesucristo con gran humildad
para que, en el último día,
cuando venga de nuevo en majestad gloriosa
a juzgar a vivos y muertos,
nos resucite a la vida eterna.
Por él, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo,
un solo Dios, por todos los siglos. AMÉN.

A continuación, pasamos al salón parroquial, donde pudimos continuar el encuentro en diálogo amistoso, compartiendo un piscolabis preparado entre todos. En el corazón, quedaba la experiencia de la cercanía y la confianza que brota de un verdadero encuentro entrañable y fraterno en aquel que es la fuente, razón y meta de nuestra unidad.

Inmaculada González
Secretaria del Foro Ecuménico Pentecostés

[1] El himno forma parte de las vísperas en la Iglesia Ortodoxa. Se incluye también en algunas liturgias anglicanas y luteranas.


Fuente: Equipo Ecuménico Sabiñánigo