Introducción
Para los Ortodoxos la Divina Liturgia, con mayúsculas, es la Eucaristía, mientras que la misma palabra escrita con minúsculas se refiere al ritual o ceremonias en general. Liturgia (Λειτουργία) es el “ἒργον τοῦ λαοῦ”, es decir, la obra común del pueblo o expresándolo de otra manera, es la operación del misterio de Cristo y de la Iglesia, lo que significa que el pueblo se reúne para operar el sacramento por excelencia que es su salvación. Según el pensamiento ortodoxo el hombre se ha plasmado y el mundo se ha creado para la liturgia y la liturgia para el hombre y el mundo, por eso hombre y mundo son por excelencia litúrgicos.
Cuando Cristo habló por primera vez a los hombres del misterio de la Divina Eucaristía se llamó a sí mismo el “pan de la vida”, pan bajado del cielo para ofrecerse “para la vida del mundo” (Juan 6, 48-51).
Cristo es el pan de vida que ha bajado del cielo (ὁ καταβάς) por el poder del Espíritu Santo. Descendióό el día de la Anunciaciónόn a la Bienaventurada Virgen María y la Virgen se convirtió “en tierra buena y bendita” donde germinό el pan de vida. Desciende en el momento de la Anunciaciónόn eucarística sobre la Iglesia virgen y la Santa Iglesia se convierte también en tierra buena y bendita donde germina el pan de vida. Es en la Divina Liturgia donde se efectúa el acontecimiento del descenso de Cristo y de su presencia en la Iglesia; porque la Divina Liturgia es Cristo entre nosotros. “Y, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final del mundo” (Mt 28, 20).
Si la Divina Liturgia es “Cristo con nosotros”, proponer una explicación de ella significa, en realidad, hacer una explicación de Cristo. Los Santos Evangelistas y los Santos Padres Teóforos han hablado de Cristo en base a la experiencia que han tenido personalmente de Él, como han sido los Evangelistas o la experiencia que han tenido de Cristo en base a la Divina Liturgia como es el caso de los Santos Padres. “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, lo que nuestras manos han tocado, o sea, el Verbo de vida, de ello damos testimonio” (1Juan 1,1-2). Una “explicación” moderna de la Divina Liturgia debe brotar de la visión de Cristo, del oído de Cristo y del contacto palpable con Cristo de parte de los hombres de hoy, es decir, la experiencia de Cristo como la han visto y la han tenido los Santos en la Divina Liturgia, como la han vivido y como la han visto en nuestra Santa Iglesia. Incluso hoy día, en los tiempos difíciles que atravesamos, existen corazones encendidos de amor a Cristo, que viven en su presencia en el altar, que concelebran en la hora de la Divina Liturgia con los ángeles y los Santos, que viven en el Reino bendito de Dios.
1. Qué es la Divina Liturgia
a) La recapitulación de toda la economía divina
Todos los maravillosos acontecimientos realizados por Dios para recibir en su casa el hombre alejado por la desobediencia y hacerlo de nuevo miembro de su familia se entienden como economía divina. La economía de Dios nuestro Salvador con respecto al hombre “consiste en levantarlo de su condición de caído y conducirlo a la familiaridad de Dios desde su estado de alienaciόn causado por la desobediencia”, dice San Basilio el Grande (Basilio de Cesarea, El Espíritu Santo, 35, a cura de G. Azzali Bernardelli, Città Nuova, Roma 1993, p. 134, Colección de textos patrísticos 106). En la Divina Liturgia es donde se produce este acontecimiento de nuestra salvación en Cristo. “Los misterios llenos de dones de salvación que celebramos en cada reunión litúrgica son llamados “eucaristía”, es decir, acción de gracias, porque son el memorial de los muchos beneficios recibidos y la manifestación más elevada de la providencia de Dios”, nos recuerda San Juan Crisóstomo (Comentario del Evangelio de San Mateo, 25,3, vol. 2, a cura de R. Minuti-E.Monti, Città Nuova, Roma 1968², p.15). En la Divina Liturgia se reviven, bajo los signos misteriosos, la entera economía divina. La Divina Liturgia por su poder y significación es escatológica, es un acontecimiento eterno y eternamente actuante. La vida de Cristo, su muerte, su resurrección y su Reino ya han entrado en este mundo. Se trata de un reino mesiánico que se realiza en la Iglesia cuando los fieles se reúnen con su obispo para ser una comunidad en el Cuerpo del Señor; porque la Liturgia es la manifestación de la Iglesia como el nuevo eón, como parusía, como segunda venida de Cristo resucitado. Por eso, al terminar la Liturgia puede decir el sacerdote: “Tú que eres la plenitud de la Ley y los Profetas, Cristo nuestro Dios, habiendo cumplido todo el plan de nuestra salvación, colma nuestros corazones de alegría... etc.”.
Además, el misterio de la divina economía ya se manifestó en el mismo instante de la desobediencia del hombre. El Señor Filántropo, nos dice San Juan Crisóstomo “vio enseguida lo que había ocurrido y la gravedad de aquel hecho y se dispuso a procurar el remedio para que aquella falta no se convirtiera en una herida incurable... Ni por un instante cesό en su infinita bondad de cuidar del hombre” (Sobre el Génesis, 17, 2, PG 53, 136). Con hechos maravillosos y palabras proféticas Dios preparaba al hombre para participar en la plenitud de la vida y del amor.
Algunos acontecimientos y profecías del Antiguo Testamento se refieren directamente al misterio de la Divina Eucaristía. El primero de ellos es la ofrenda de pan y vino realizada por Melquisedec (Gen 14, 18-20). Dice San Juan Damasceno que Melquisedec fue “figura e imagen del verdadero Sumo Sacerdote Cristo” (La fe ortodoxa, 4, 13, a cura de V. Fazzo, Città Nuova, Roma 1998, p. 270, Colección de textos patrísticos 142) y su ofrenda “imitación de la ofrenda de Cristo”. Él mismo, “lleno de espíritu profético, habiendo comprendido que la oblación futura sería presentada por las Gentes, daba culto a Dios con pan y vino imitando al Cristo venidero”, nos recuerda San Juan Crisóstomo (Sobre Melquisedec, 3, PG 56, 261). El Santo Melquisedec, vive en el Espíritu Santo, un futuro en el presente e imita aquello que todavía no se ha realizado.
De igual manera el sacrificio de Isaac (Gen 22,1-14) es una prefiguración del sacrificio de Cristo. Lo mismo habría que decir del sacrificio del Profeta Elías (1 Reyes 18, 1-40) e incluso la visiόn de Isaías (Is 6, 1-7) se mueve en una atmόsfera litúrgica.
La Pascua judía es el evento prefigurativo por excelencia de la Eucaristía. Esta fiesta era un continuo memorial de la salvación por Dios de los Hebreos y una continua acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios.
Todos los hechos recordados preparaban la plenitud de los tiempos en los cuales se manifestó la Verdad: Cristo. Cristo es la recapitulación del misterio de la divina economía y cada acontecimiento de su vida es para el hombre una bendición divina. La totalidad de todos los eventos de la vida de Cristo se encuentran en la celebración de la Liturgia Eucarística: “Todo esto que se cumple en el divino sacrificio es imagen (τύπος) de la pasión salvífica, sepultura y resurrección de Cristo... y de toda su salvífica estancia entre nosotros y de su economía para nosotros”, escribe el Obispo Teodoro de Andida (Sobre los símbolos y los misterios de la Divina Liturgia, 1, PG 140, 417A). Ante nosotros se despliega la vida de Cristo porque “la entera mistagogía es como una única representación de un mismo “cuerpo”, que es la vida del Salvador”, dice San Nicolás Cavásilas (Comentario de la Divina Liturgia, 1, 7, SC 4 bis, p. 63) y San Juan Crisóstomo dice que “los ojos de la fe ven lo invisible” (Sobre el hecho apostólico: 2 Tm 3,1; 2, PG 56, 272).
El Santo Altar se hace el “lugar de la calavera”, el Gólgota temible. Dejando el Gólgota nos acercamos al lugar de la resurrección: “el misterio celebrado en Pascua no es más grande del que estamos celebrado ahora. Es el único y mismo misterio y la misma gracia del Espíritu; es siempre Pascua” (Juan Crisóstomo, Comentario a la Primera Carta a Timoteo, 5, 3, a cura de G. Di Nola, Città Nuova, Roma 1995, p. 113, Colección de textos patrísticos 124).
La Divina Eucaristía es la Pascua incesante de la Iglesia. Es el principio del nuevo eón que irrumpe en el viejo y lo renueva. Es la presencia carismática del Reino futuro: “no has cesado de hacer cuanto era necesario para conducirnos al cielo y darnos tu reino futuro”, dice el sacerdote en la Anáfora. Cristo nos ha dado el Reino futuro y la posibilidad de llegar al cielo, y lo que es más grande: nos hace dignos de ser acogidos, nosotros pecadores, por el Señor del cielo.
En la Divina Liturgia coexisten la realidad presente y la futura, el principio y el fin, porque la Divina Liturgia es el misterio del Cristo y también Cristo es “el Alfa y el Omega, el Primero y el Último, el principio y el final” (Ap. 22, 13), así, la Divina Liturgia es, en Cristo, la Sínaxis del espacio y del tiempo y su transfiguración en espacio y tiempo litúrgico: “la Pascua del Señor se acerca, los tiempos se unen, los espacios se unifican y el Verbo que preside a los Santos se regocija, Él, por medio del cual el Padre es glorificado. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Carta a Diogneto, XII, 8).
b) Teofanía Trinitaria
La Divina Economía es la manifestación del amor del Dios Trino por el hombre. El autor y actor de nuestra salvación ha sido el Verbo de Dios, el Padre se complace en la obra de su Hijo y el Santísimo Espíritu coopera: “La teofanía teándrica en la carne se realizó porque el Padre la ha querido, el Hijo se ha encarnado y el Espíritu Santo ha cooperado” (Cesario de Nazianzo, Diálogo 3, pregunta 167, PG 38, 1129).
El misterio de la divina economía es una teofanía trinitaria. La Divina Liturgia, en la cual se revive por la gracia este misterio, es también una teofanía trinitaria. Su celebrante “desvela la Santa Trinidad”, escribe San Gregorio el Teólogo (Oración 43, 72, p. 1113).
Desde el inicio hasta el fin la Divina Liturgia nos ayuda a vivir el misterio de la presencia trinitaria. El sacerdote comienza diciendo: “Bendito sea el Reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. “Gracias a la encarnación del Señor, por primera vez, los hombres han visto a Dios, una Trinidad de personas. Lo que se cumple en la celebración es la iniciación mistérica de la encarnación del Señor. Es necesario por tanto que desde el principio resplandezca y sea anunciada la Santa Trinidad”, escribe San Germán de Constantinopla (Historia eclesiástica y contemplación mística, PG 98, 401B).
Siguen las “ἐκφωνήσεις“trinitarias, las tres antífonas y el himno trisagio que cantamos a la Trinidad vivificante. Y cuando se acerca el momento central del misterio, el celebrante nos ofrece “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo”.
Dando gracias a Dios por todo aquello que su amor ha hecho por nosotros: “Tu de la nada nos has traído a la existencia y, caídos, nos has levantado y no has dejado nada por hacer hasta conducirnos al cielo y darnos tu Reino futuro. Por todos estos beneficios te damos gracias a ti, a tu Hijo unigénito y a tu Espíritu Santo”. Después suplicamos al Padre de Luz que envíe al Paráclito para que consagre la ofrenda del Hijo. El Paráclito viene y realiza el “milagro del misterio”: Nos dona Cristo. Todo se llena de la luz de la divinidad trisolar y nosotros nos convertimos en huéspedes del amor trinitario. Comulgando el Santo Cuerpo y Sangre de Cristo nos convertimos en templo de la Trinidad Santísima, porque “si uno está en nosotros podemos decir que la Trinidad entera está en nosotros”, como dice San Atanasio el Grande (Cartas a Serapiόn, El Espíritu Santo, 1, 20, a cura de E. Cattaneo, Città Nuova, Roma 1986, p. 76, Colecciόn de textos patrísticos 55).
Al término de la Divina Liturgia nuestra alma “portadora de Cristo” irradia la Luz Trinitaria: “Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe, adorando a la Trinidad indivisible, porque ésta nos ha salvado”, canta el coro al final de la Liturgia.
c) Sínodo (Unión) celeste-terrenal
La presencia del Dios Trinitario confiere a la Sinaxis eucarística su real dimensión: Sínodo o Unión del cielo y de la tierra.
El espacio en que se celebra la Santa Oblación se convierte en “la morada de Dios con los hombres” (Ap. 21, 3). Junto con los hombres, la creación entera glorifica a Dios. Toda la realidad se unen “sobre el altar colocado ante el Trono de Dios” (Ap. 8, 3) y Le dan gracias. Esta es la esencia de la Divina Liturgia: Reunirse todo el universo en un mismo lugar y ponerse en camino hacia el Reino del Dios Trinitario. Por esta razón San Juan Crisóstomo y otros Santos Padres la llaman “σύν-οδος”, porque todos juntos “con-caminan” en direcciónόn a Dios: “Ninguno de los que comen esta Pascua (la Divina Eucaristía) mira a Egipto, si no al cielo, a la Jerusalén celeste” (Comentario de la Carta a los Efesios, 23, 2, PG 62, 166).
La Divina Liturgia es la presencia real de Cristo: “Cuando te preparas para cercarte a la Santa Mesa, cree que allí está presente el Rey de todos” (Juan Crisóstomo, Sobre la visiόn de Isaías 6,1; Homilía 6, 4, PG 56, 140). Cristo “que reúne todas las creaturas” (Gregorio de Nisa, Homilía sobre el Eclesiastés, III, a cura de S. Leanza, Città Nuova, Roma 1990, p. 76, Colección de textos patrísticos 86), convoca alrededor del Santo Altar todas las existencias y “providencialmente las une tanto a sí mismo como entre ellas” (Máximo el Confesor, La Mistagogía, 1).
Junto a Cristo está la Madre de Dios. Antes que Cristo celebrara su cena, en la Santísima Virgen se celebró, por el poder del Espíritu Santo, el misterio de nuestra salvación: “Tu seno se ha convertido en santa mesa sobre la cual ha reposado el Pan celeste”, se canta en el Oficio de Maitines de la Fiesta de Mediapentecostés. En la Divina Liturgia la Reina de los cielos se encuentra a la derecha del Rey.
El mundo angélico es la cohorte de Cristo. El Señor avanza hasta el Gólgota “invisiblemente escoltado por los ejércitos angélicos”, y en el momento del ofertorio los ángeles glorifican con nosotros la bondad de Dios.
Junto a las potencias angélicas participan en la Divina Eucaristía el “coro de los Santos”, según San Dionisio Areopagita. La sínaxis eucarística es la fiesta de la victoria de Cristo y de cuantos están unidos a Él en su camino.
En la Divina Liturgia también están presentes nuestros hermanos difuntos para quienes invocamos la misericordia de Dios. De tal modo, cielo y tierra, ángeles y hombres, vivos y difuntos festejan juntos y juntos dan gracias al Señor por su amor infinito. Todas las creaturas manifiestan su agradecimiento: “Al que está sentado en el Trono y al Cordero alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos” (Ap. 5, 13).
2. Frutos de la Divina Liturgia
a) Divinizaciόn del hombre
El famoso apotegma de San Atanasio el Grande: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda ser Dios”, implica que la unión con la Fuente de la Vida no pueda hacerse más que por un acto interior del Espíritu. La participación en la vida divina se realiza mediante una vasta celebración litúrgica que engloba a todo el cosmos. Sin esta apertura a todo lo creado tampoco sería posible la participación amorosa del hombre en el principal acto litúrgico. Si la divino-humanidad se abre al corazón de la historia por la encarnación, y puesto que Dios revela su rostro en Cristo, el hombre, a su vez, descubre cual es su verdadero rostro y cual es su propia vocación; vocación que, además, se inscribe en el carácter irreductible de su persona.
Con el sacramento eucarístico Cristo ofrece al hombre su Cuerpo y Sangre Santísimos para que el hombre sea “un solo cuerpo (σύσσωμος) y una sola sangre (σύναιμος) con Él”, nos dice San Cirilo de Jerusalén (Las Catequesis, 22 o Cuarta catequesis mistagógica, 3, a cura de C. Riggi, Città Nuova, Roma 1993, p. 456, Colecciόn de textos patrísticos 103). Cristo mismo la primera vez que habló de este misterio dijo: “quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Juan 6, 56). El hombre recibe en sí a Cristo y Cristo al hombre. Cristo es al mismo tiempo habitación del hombre y huésped del hombre. Ésta es la demostración de su amor.
Debemos, dice San Juan Crisóstomo, conocer “el milagro de los misterios... Nos convertimos en un solo cuerpo y miembros, como está escrito, a través de su carne y sus huesos” (Ef. 5,30). Y continúa: “... Nos mezclamos con aquella carne... con el alimento que nos ha dado...”, para concluir el mismo Santo Padre: “Para esto se ha mezclado con nosotros y se ha convertido con nosotros en un solo cuerpo, para que fuésemos con Él una sola cosa, como el cuerpo está unido a la cabeza” (Sobre el Evangelio de Juan, 6, 2-3, PG 59, 260).
El fiel, gracias a la Divina Comunión, se hace con Cristo un solo cuerpo, una sola mezcla, una única amalgama. Todo esto se verifica no solo en teoría si no en la realidad misma. Al amor de Dios no le basta con la encarnación, la pasión y el sepulcro, si no que llega hasta la cristificaciόn del hombre, a través de la Eucaristía, enseña el Crisóstomo (Comentario al Evangelio de San Mateo, 82, 5, vol. 3, p. 300). Esta unidad la explica San Gregorio Palamás de la siguiente manera: “Porque en el Tabor su cuerpo fuente de la Luz y de la Gracia todavía no estaba unido a nosotros: iluminaba desde fuera a aquellos que se acercaban dignamente y enviaba la iluminación a sus almas mediante el sentido de la vista; pero ahora, puesto que se ha hecho uno con nosotros y existe en nosotros, ilumina el alma precisamente desde nuestro interior” (Tratado en defensa de los Santos Hesicastas).
Las palabras de los Santos no son filosofía para impresionar el auditor. Son resplandor de sus corazones llenos de la Luz y de la Vida de Cristo. Y el ambiente en al cual se vive y se mueve el santo es el del resplandor de la Luz de Cristo. El mundo se convierte en eucaristía, la creación entera se santifica y se renueva, porque el hombre está santificado y cristificado. El hombre se convierte, por gracia, en Cristo y el mundo en “casa de Dios”. El misterio eucarístico es la puerta a través la cual Cristo entra en el hombre y en el mundo.
b) Constitución de la Iglesia
Si tomamos la definición general que dan de la Iglesia los Santos Padres como la vida divina entre los hombres, vida que nos hace conocer la comunión de las tres Divinas Personas, la Iglesia será sentida como un ágape, como una comunidad en la que la vida se expresa en una experiencia real de servicio y de fraternidad, en la que el acto de fe y el acto de adoración se encuentran indisolublemente enlazados. La Divina Liturgia ortodoxa es una liturgia de celebración en la que el hombre se convierte en sacerdote del mundo, en celebrante de la existencia.
La Ortodoxia tiene una visión muy precisa de la relación entre acción sacramental e Iglesia, entre Eucaristía e Iglesia. Tomando como base el concepto patrístico que ve en la Eucaristía el sacramento de la unidad de la Iglesia, es decir, la manera por la cual la Iglesia se realiza, la comunión en el sacramento de la eucaristía significa precisamente la comunión en la Iglesia Una y Única. Esta unidad no es moral, si no ontológica; la unidad eclesial y la plenitud de la fe son imperativos, son exigencias de pertenencia que no tenemos derecho a poner en duda.
Conviene aclarar un malentendido: este concepto de Iglesia eucarística no convierte a sus miembros en un gueto litúrgico. Participando de la vida divina la Iglesia debe ser imagen fiel de la Santa Trinidad, o lo que es lo mismo, de un dinamismo vivo en que en las Divinas Personas hay perfecta unidad de amor y no jerarquías de superior e inferior. El acontecimiento eucarístico es el momento en que nos convertimos en partícipes de Cristo de la manera más total e íntima: todo lo que Él es, “sacerdote, profeta y rey”, todo eso nos es concedido a nosotros.
La Eucaristía es el lugar privilegiado en el que el hombre litúrgico descubre su vida a la luz del que da la Vida. Este calificativo de hombre litúrgico se entiende actuando siempre en la Asamblea eucarística de la Iglesia y no en grupos aislados, es decir fuera de la comunión eucarística, no se realiza la plenitud de vida en Cristo y en la Iglesia. En la Didajé leemos: “Como este pan estaba disperso por las colinas y ahora una vez reunido se ha convertido en un solo pan, así se reunirá Tu Iglesia desde los confines de la tierra para formar Tu Reino”. La Eucaristía no admite una concepción individualista, ni se trata, al menos en el Oriente cristiano, de un asunto que atañe a la piedad privada, si no como el sacramento en el que la Iglesia se revela en su realidad total.
El sacramento de la unidad manifestado en su total plenitud en la Iglesia anticipa la parusía de Cristo. No es una anticipación en el sentido del Antiguo Testamento, que figuraban acontecimientos por venir, si no en el sentido de que es portador de aspectos de la parusía ya realizados. Por la Divina Liturgia la Iglesia entra en la meta-historia y en el meta-tiempo. Cada Divina Liturgia es la renovación del descenso del Espíritu Santo sobre los Santos Dones y sobre el pueblo reunido para comulgarlos. Las palabras de Cristo pronunciadas antes por parte del sacerdote se convierten en milagro por y solamente por la Epíclesis y al mismo tiempo es la llamada a la unidad por la participación en el único Espíritu. La κοινωνία (comunión) en el Espíritu Santo no sólo es fruto de su descenso, sino también de la condición para participar en el mismo pan y en el mismo cáliz.
La Iglesia nace de Cristo y se nutre de Cristo. Este nutrimento divino edifica la Iglesia en Cuerpo de Cristo. Nosotros, si también hemos muchos, gracias en el único pan, el Cristo, constituimos un único cuerpo: la Iglesia. De tal manera que cada sínaxis eucarística es una sínaxis de la Iglesia en su totalidad, porque la Eucaristía es el misterio de Cristo.
Conclusión
Dice San Nicolás Cavásilas en su obra “Explicación de la Divina Liturgia”: “Coherederos de las mismas riquezas de Cristo ... aquí abajo debemos cuidar de lo siguiente: Acoger sus dones, guardar sus favores y no rechazar la corona que Dios nos ha tejido”. De esto que hemos leído parecería que el hombre debe adoptar una actitud pasiva en orden a recibir la gracia divina, distribuida libremente por Dios y administrada en sus misterios. Nada de eso. Rechazamos esa especie de quietismo. Debemos recordar el compromiso personal, eminentemente activo y participativo del cristiano para estimular la necesidad de pedir la gracia de Dios. Sigue diciendo el maestro bizantino que “hay que tener en cuenta que Cristo, que nos convida a su banquete, lucha a nuestro lado”, para tomar a través de la Divina Liturgia dignamente parte en su Vida.
Concluyo con esto que muchas santas personas han vivido y continúan viviendo y que la tradición ortodoxa pone en evidencia continuamente referente a la Divina Liturgia. Cuando el sacerdote comenzó a revestir sus ornamentos, apareció ante él la luz de los ángeles, parecida a la luz del alba. Cuando comenzó el rito de la preparación de los Santos Dones, un ejército de ángeles se distribuyó por las cuatro esquinas del templo. Una vez que el sacerdote concluyó la preparación y cubrió los Santos Dones con los velos una luz intensa los cubrió también: porque los velos visibles manifiestan la luz ininteligible que cubre las ofrendas. Cuando llegó el momento de la Gran Entrada y el sacerdote salió con los Santos Dones lo precedía una luz que cubría a todos los fieles. Cuando los Dones fueron depositados en el altar, la luz resplandecía sobre aquél. Después de la consagración el Señor se apareció sentado en el disco en la figura de un niño rodeado de luz. Al terminar la Divina Liturgia vio al Divino Niño ascender al cielo, junto con los ángeles, con gloria y honor. Esta luz es la Luz increada cuya visión la reserva Dios a sus Santos.
Fuente: Arzobispado Ortodoxo de España y Portugal (Patriarcado Ecuménico)